Pájaro de tormenta, de Vanesa Pérez-Sauquillo (Hiperión)
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Este volumen reúne cinco poemarios de su autora, desde su debut con Estrellas por la alfombra (2001, Premio Antonio Carvajal) hasta El dado azul (2007),
del que solo se editaron 21 ejemplares. Justamente es el difícil acceso
o la descatalogación de estos y los otros tres libros en medio —uno de
2002 y otros dos de 2006— lo que ha motivado esta recopilación de
Hiperión, que Luis Bagué Quílez bautizado en su prólogo como El ciclo de la rabia de Vanesa Pérez-Sauquillo
(Madrid, 1978); rabia que asemeja, según el prologuista, «una flor
carnívora y extraña, con injertos de sueños perdidos, desengaños
barrocos, pétalos arrancados y alas rotas». Una palabra que aparece con
cierta insistencia en estos versos: «donde la rabia tiene su raíz /
—flor que crece al peligro, que crece / como nace, donde el peligro / es
flor y está en la altura—, / en lo más escarpado de la casa, / al pie
de la raíz y la buhardilla / se duerme una mujer. Una mujer / que vive
como duerme, vive / y duerme mirando hacia el pasado / y todo lo hace a
solas». Se pasean por las páginas de Pájaro de tormenta,
que abarca siete años de poesía, los vaivenes del desamor y su
contrario («El agua de tu cuerpo / se hace arena / bajo mis dedos
tibios»), la urgente —por entonces— necesidad de saber quién se es («Que
sé que ya mi nombre / no asoma a las palabras») aunque decirlo aún sea
un riesgo («Hoy que tengo rugientes las palabras / no vengas a mi
casa»), las imágenes desatadas de color y textura («oxidadas y
hambrientas / van a ti mis arterias»), las voces de otro tiempo como la
de Billie Holiday («a bordo de los nudos de esa
garganta / seca y dolorida»), la imposibilidad de asentamiento
(«fingiendo / nuestro papel a solas, / igual que una pared») o la verdad
de lo soñado en plena vigilia («Reconozco que los mejores sueños /
surgen cuando me hablan / y no escucho»), entre muchísimos otros temas
de lo invisible y lo inaudito pero vívido como el rojo de una abertura
en el pulgar, se exploran en un estilo que se mueve entre el minimalismo
y el expresionismo, pero que más allá de lo formal es la plasmación de
una fuerte (auto)conciencia. Por aquí andaba una autora que más tarde
ganaría el prestigioso Premio Ojo Crítico y se dedicaría también, con
profusión y esmero, a otros sueños y otras verdades, los de la
literatura infantil y juvenil, no tan ajenas a estas páginas: «El
corazón de los valientes quema. / ¿Y mi corazón, mamá? / El tuyo está
enterrado en el jardín del gigante sin corazón. / ¿El de papá?». Su
herencia de aquellos años es la destilación de un panteón particular por
el que desfilaron Luis Cernuda, Paul Valéry, Dylan Thomas, Nicanor Parra y hasta Emil Cioran, del que se cita un aforismo de Ese maldito yo:
«Evitemos exigir demasiado a las palabras», escribió el escritor de
Rasinari. Parece demasiado tarde, leyendo la poesía rabiosa, mordiente y
venida a más que Vanesa Pérez-Sauquillo concibió a comienzos de este
siglo, al que le falta algo de aquel atrevimiento feroz de la autora.
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