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"Los niños no ven féretros" de Omar Fonollosa por Juan Marqués en La Línea Amarilla

sábado, mayo 13, 2023

‘Los niños no ven féretros’: el viaje a la deriva de la infancia

Por razones que no vienen al caso, los poetas aragoneses van a tener un pase VIP en La Plaza Invisible, donde por otra parte ya hemos manifestado que nos gusta aplaudir nuevas voces, así que todo se hace propicio para recibir hoy a Omar Fonollosa (Zaragoza, 2000), que mereció con Los niños no ven féretros (Hiperión, 2022) el penúltimo Premio de Poesía Hiperión.

En el año que lleva este libro por el mundo ha ido recibiendo muchos apoyos, y algunos muy ilustres. De hecho, inmediatamente después de pasar y posar por nuestra plaza, Omar Fonollosa se fue a merendar con Joaquín Sabina, cuyas canciones son el objeto de su tesis doctoral.

 
El poeta aragonés Omar Fonollosa enmarcado en nuestra Plaza Invisible / Foto: J.M.

Juan Marqués / @jmarquesmartin

Algún gracioso podría pensar que de qué va a escribir Omar Fonollosa, a sus veinte y pocos años, si no es de infancias, pero leyendo Los niños no ven féretros se comprueba que, más que un tema sobre el que reflexionar o del que extraer enseñanzas, es para él una primera obsesión, algo que no le interesa ni le inspira sino algo que más bien le abruma, que le paraliza para todo excepto para escribir.

aquí se canta a unos años de candor e ingeniuidad en los que, sin embargo, el propio ‘yo’ de los poemas ya iba maliciando lo que sucedería después

Fonollosa escribe de la niñez, de su niñez, como otros escriben libros monográficos para despedirse de una persona, de una ciudad, de un modo de vida… Aquí hay un gesto explícito de dar carpetazo, de despedirse con no poco dolor del niño que uno fue y poder mirar de una vez hacia adelante, una vez expiado de sí mismo. Es como esos libros que hay que hacer y publicar para poder pasar página, un gesto editorial en el que, en este caso, queda archivada y blindada esa primera etapa de la vida, para poder así afrontar la siguiente.

Eso no quiere decir que los primeros años de una vida que aquí más o menos se cuentan, a través de pequeñas experiencias, anécdotas, descubrimientos y epifanías, hayan sido estrictamente luminosos, paradisiacos, felices…, pero desde luego hay una exaltación de la infancia, evidente desde el mismo título. Aunque el balance de la propia sea cuando menos ambiguo, con momentos amargos o, mejor, con previsión de la melancolía que llegará, es obvio que hay una apuesta casi evangélica por la inocencia de los niños: «Para ellos toda muerte / no es más que vida nueva que se ignora. // Los niños no ven féretros. / Seamos niños».

Ésa es una primera paradoja: aquí se canta a unos años de candor e ingenuidad en los que, sin embargo, el propio yo de los poemas ya iba maliciando lo que sucedería después, empantanándose un tanto, por ello, aquella supuesta alegría elemental. No se puede saber si el niño, en efecto, ya era consciente del futuro, o si es el poeta, al llegar a ese punto, el que proyecta sobre el niño desaparecido esos sentimientos encontrados: por una parte la dicha de haber sido pequeño, y por otro lado la sensación de estafa por haber sido despojado de toda aquella pureza. No en vano, en el último verso del libro se exige la hoja de reclamaciones…

Es todo un poco como esos que se van de viaje por un mes a una ciudad lejana y la primera tarde ya andan haciendo fotos, lamentándose porque ese paréntesis se acabará, adelantándose a la nostalgia que algún día sentirán por eso que ahora mismo está apenas comenzando. Puede que sea inevitable, claro, pero también es un error que multiplica el pesar de quien lo comete: saber que moriremos no debería oscurecer la vida sino encenderla, pero ¿qué sería entonces de la poesía?…

Se trata, pues, de un libro hermoso, pero es más sabio que liberador, o, por decirlo de otro modo, es hasta demasiado sabio, o sabio demasiado pronto

En el libro, previsiblemente, hay alguna referencia a Peter Pan, pero hay mucho que decir sobre eso que se ha dado en llamar peterpanismo: el personaje de Barrie era como era precisamente porque vivía de verdad de espaldas al futuro, a los adultos, a las obligaciones, al día de mañana. Era, por tanto, de veras un niño, y vivía permanentemente en el presente puro, sin fisuras, huyendo enfadado de cualquier conversación que implicase pensar en responsabilidades, en cálculos, en recordar a quienes mueren, en dejar de jugar.

En fin, todo lo anterior en cuanto al qué. En cuanto al cómo, Omar Fonollosa busca la comunicación con el lector, apelar a sus propias vivencias, facilitar el posible reconocimiento, rastrea la trascendencia en el instituto o lo sublime en el supermercado. Hay autoexigencia lingüística pero también se huye de lo refitolero. Hay cierta solemnidad, dados los temas, pero felizmente no alcanza a lo verbal. Y hay títulos debidos a Jaime Gil de Biedma o Andrés Calamaro, y epígrafes de Joan Margarit, Gioconda Belli, Luis García Montero o Joaquín Sabina (junto a otros de César Vallejo, Jorge Luis Borges o Claribel Alegría), pero no hacían falta para intuir o incluso saber que, si las lecturas son amplias (Fonollosa es estudiante de Filología), las referencias más próximas a él van por ahí, e incluyen (en el poema que reproducimos completo abajo) algún guiño directo, sin dejar de ser sutil, a un poema del granadino.

Omar FonollosaLos besos rituales a la madre dan paso a los besos temblorosos a las primeras novias (como en ese mismo poema de abajo, tan bonito), las vistas al mar de la casa de la playa quedan tapiadas por un nuevo bloque de pisos, se pasa (en una gran imagen) de jugar a la rayuela a leer a Julio Cortázar… Eso, en cuanto a la elegía por uno mismo. Pero Fonollosa (o su personaje) llega más allá, y a pesar de su todavía extrema juventud persevera en prever el desastre final, o las decepciones por venir.

Hay un haiku fatalista que sabe que «Llegará el día / que esperaste con ansia. / Se irá deprisa», y ésa es una actitud reveladora, definitoria de al menos una de las líneas argumentales o filosóficas de Los niños no ven féretros: no está sólo la pena, al echar la vista atrás, por esa niñez que nunca volverá, sino que hay ya una preparación para la ruina, si se piensa en el futuro. Y se asiste de una manera híper-consciente a la quema de etapas: «Cada primera vez / consumida / es una golondrina / que emigra a otro balcón».

Se trata, pues, de un libro hermoso, pero es más sabio que liberador, o, por decirlo de otro modo, es hasta demasiado sabio, o sabio demasiado pronto, o tan sabio que, podemos pensar los ya-casi-viejos, se equivoca, es obvio que la vida no es así (y hasta la infancia vuelve algunas veces). Pero la poesía, cuando es verdadera, es también siempre verdad, son cosas distintas. No hay que discutir o matizar las opiniones o la ideología o las perspectivas o los sentimientos de un poema, cuando son genuinos y han salido de un alma. Hay, simplemente, que asentir, entrar en ello, entenderlo, y hasta participar durante la lectura de ese modo de ver y de vivir, fundirse no con el poeta sino con el libro.

Por la habilidad a la hora de encontrar palabras, por la madurez métrica, por su curiosidad ante la vida y la literatura, por la ambición indagadora e incluso por el éxito que este libro ha ido cosechando en estos doce meses de camino (aunque esto del éxito es un arma de doble filo, y no debería hacer que el poeta se confunda o se conforme), auguramos a Omar Fonollosa un gran futuro que, desmintiendo algunas cosas de las que se leen en este libro, podrá ser brillante sin ser pasajero, podrá ser satisfactorio y además durar, o incluso permanecer.

Omar Fonollosa

AUNQUE TÚ NO ME CREAS

Cuando evitas volver la vista atrás

y almacenas tus lágrimas en tarros

de cristal medio llenos,

cuando por mi escritorio curioseas

encendiendo la lámpara

como si fuera la última cerilla

para alumbrar el mundo,

te veo en mi horizonte.

 

Como la luz del sueño

has hecho

más amable

el viaje a la deriva de la infancia.

 

Aunque tú no me creas, viajera sin destino,

has cambiado mi vida, como el sonido al cine:

el camino de piedras, intransitable y duro,

es contigo una senda por la que ando descalzo.

 

*Ficha técnica: Omar Fonollosa, Los niños no ven féretros, Madrid, Hiperión, 2022


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