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José Luis García Martín comenta el nuevo libro de Jesús Munárriz

 M I É R C O L E S , 2 0 D E J U L I O D E 2 0 2 2

CRISIS DE PAPEL

Blog de José Luis García Martín





Lecturas de José Luis García Martín

Y tan lejos de casa

Jesús Munárriz

Pamiela, Pamplona, 2022.


Cada poeta lo es a su manera, y Jesús Munárriz —sin incurrir en el

pessoano recurso de los heterónimos— parece serlo de todas las

maneras. Su costumbre de reunir los poemas escritos en torno a un

tema a lo largo de muchos años acentúa esa impresión. En Y tan lejos

de casa selecciona los de tema navarro —en Pamplona pasó su infancia

y adolescencia— y de un asunto que se presta a la consabida nostalgia

localista sabe hacer uno de los libros más variados, divertidos y

emocionantes que se han publicado en los últimos años (hablo de

poesía, donde toda borrosa pretenciosidad tiene su asiento).

No pretende ser Munárriz sublime sin interrupción y no le

importa bajar a veces el diapasón de sus versos hasta la broma o la

anécdota intrascendente. Quiere reflejar la vida en sus múltiples

tonos y de todo hay en estos “recuerdos de niñez y mocedad”, para

decirlo con un título unamuniano.

Aquí está la intrahistoria de un tiempo luminoso y sombrío,

lleno de asombros y revelaciones, y también la historia de un tiempo

—años cuarenta y cincuenta— en que las sombras predominaban

sobre las luces.

La variedad formal —que nunca se convierte en exhibicionista

virtuosismo métrico— es uno de los aciertos del libro. Comienza con

la presunta traducción de unos epigramas latinos, e incluye romances,

haikus, sonetos, seguidillas, jotas y las combinaciones —tan

abundante en la poesía española a partir del Diario de un poeta

recién casado— de endecasílabos, heptasílabos y alejandrinos sin

rima. No faltan ni el monólogo dramático —“Monólogo del renegado”,

“Un viejo requeté piensa en su suerte”— ni el poema-crónica a la

manera de Ernesto Cardenal y Fernando Quiñones, caso de “Los

hermanos tres puntos”, casi todo él cita de estudios sobre la

masonería.

La historia del “viejo reyno” de Navarra acompaña a la

historia personal y los apuntes costumbristas —a los sanfermines se

dedican varios poemas— con aquellos otros en los que suena el bordón

de la elegía.

Subrayo algunas piezas destacadas de un volumen que se

puede leer seguido de la primera a la última página, cosa rara en un

libro de versos, con ligereza en algunos tramos, con reflexiva lentitud

en otros, sin fatigarnos nunca. Dos espléndidos retratos de otros

tantos navarros universales: “Javier”, sobre san Francisco Javier, y

“Doctor Huarte”, sobre el autor de Examen de ingenios. La guerra

civil la encontramos en “Un mal julio” y en “Doce maneras de cerrar

el puño”, que glosa una fotografía de otros tantos pamploneses con el

puño cerrado que “han huido de Mola y se han pasado / a las fuerzas

leales” (la foto, que se reproduce, lleva al dorso una inscripción que

da título al libro: “Mañana, Nochebuena. Y tan lejos de casa”.

Los haikus comienzan en “De la huerta” y, por lo general,

están escritos para ser leídos en serie, apoyándose unos en otros, con

sus topónimos y sus referencias concretas y a veces algo localistas,

aunque no faltan los que se aproximan al decir más habitual: “¡Ese

perfume! / Rododendros en flor, / tarde de infancia”.

De los poemas proustianamente costumbristas, quizá el mejor

—pero hay mucho donde escoger— sea “La plaza vieja”, con su

minuciosa enumeración de los productos del mercado —“aquel

mercado viejo de mi infancia”—, que tiene toda la plasticidad y el

colorido de la pintura clásica holandesa.

La lluvia se oye caer insistentemente —“Pamplona, lluvia,

invierno” dice uno de los versos— en muchos de estos poemas:

“Llueve en mi infancia, llueve / días y días. / Camino del colegio, /

mañanas frías”. Y las brujas y fantasmas, hadas y elfos de la

“fantástica fauna de la infancia”, se completan con otros solo visibles

para la mirada adulta: “Negro seminarista y caqui cuartelero, / la

diurna estantigua, las mesnadas de mozos. / ilustraban el verde

hierba municipal / con gamas uniformes. Los paraguas, / paisanos y

seglares completaban la estampa, / amurallado corazón entre

cadenas / de los tres viejos burgos”.

Sabe Jesús Munárriz tratar los más difíciles temas, los más

proclives a la falacia patética, sin incurrir en el sentimentalismo, y

buen ejemplo de ello lo encontramos en “Mamá” o en el poema

dedicado al padre, casi todo él una tradicional retahíla que juega con

el absurdo (en la que, por cierto, parece haber una errata: se repita

“ciego” donde debería decir “sordo”). Y sabe darle un final

memorable al relato de su primer viaje en solitario, en el que

aprendió “a vivir cada día / como se lo merece cada día: / como el

único cierto”.

Y tan lejos de casa, con sus cimas y llanuras, con sus ironías y

su ponerse serio en el momento justo, con su cordialidad inagotable,

es el libro de una vida, un libro que consigue convertir lo local,

incluso lo muy local, en universal. “El mundo entero es un Bilbao más

grande”, decía Unamuno. También en la Navarra de Jesús Munárriz

cabe el mundo entero.


Publicado por JLGM en 9:28

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