[Semana de la Poesía // 20-27 de Marzo 2022 – Altavoz Cultural]
El tiempo como verdugo natural de nuestra condición finita es uno de los grandes temas de la Literatura: desde los latinizantes carpe diem y tempus fugit hasta los innumerables revestimientos creativos que persiguen obsesivamente su enmascaramiento, su camuflaje suave, su atenuación como dentro de una pompa de jabón que debe caer lenta, especialmente cuando miramos bajo su capa y esconde su otro nombre.
La muerte, mejor aun, la caducidad es el objetivo del retrato poético que traza un original, transgresor y empático Darío Márquez Reyeros, cuya virtud más destacada en lo narrativo reside, desde nuestro punto de vista, en una entrañable capacidad para hablarnos de pérdida y ausencia -así como del dolor intrínseco al proceso de la vida- en torno a elementos, circunstancias y entidades humanas e inanimadas con una determinación tal como para poder clavar nuestra atención y taparnos los oídos mientras se aproxima, página tras página, la barcaza de Caronte.
Treinta y seis poemas se distribuyen en tres partes estructuralmente lineales en sentido y cronología semántica 15-17-4 respectivamente. Despegamos desde la ternura pueril hacia la irreductible fatalidad. Poemario vertical este que nos habla a los ojos. La rotundidad del autor es salvaje: invade el espacio personal del lector como poquísimas veces hayamos visto; destroza la confianza para sentarse al lado y echarnos una mano sobre el hombro en diagonal. Este descaro contrasta con su demoledora intimidad plasmada en las píldoras -acaso incontenibles cascadas- autobiográficas que comparte con nosotros con la misma audacia.
PRIMERA PARTE
Dylan Thomas es el encargado de lanzar al cielo la pelota eterna que reúne en sus costuras infancia e infinito. La cita del poeta maldito de Gales antecede el primer impacto con nombre propio: Septiembre, el no-verano que entierra la calidez y trae un nuevo curso, sostenido sobre ausencias -adiós físico a la madre- y reencuentros -con esos amigos igual de soñadores-. Adiós y sueño serán fondo y mecanismo durante todo el grueso de la obra. Castañero, el segundo corte, despedirá el otoño y a alguien más: se introduce con él la esencia anímica que tejerá desde las sombras de una presencia caliente una permanente sensación de acompañamiento invisible pero muy notable, situada en lo personal entre un
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