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Los «Sonetos de la cárcel de Moabit» de Albrecht Haushofer en EL CORREO. Bilbao.

 

Geógrafo y poeta. Fotografía de Albrecht Haushofer. Debajo, portada del libro editado por Hiperión.

Lecturas

Albrecht Haushofer, secreto temblor

Fue asesinado por los nazis, para quienes había trabajado. Sus 'Sonetos de la cárcel de Moabit' se convirtieron en icono de la resistencia


CARLOS AGANZO

A lápiz y con letra menuda. Apretadísima. Así escribió Albrecht Haushofer (Múnich, 1903-Berlín, 1945) sus ochenta 'Sonetos de la cárcel de Moabit', ese gran monumento literario de la resistencia antinazi que su hermano Heinz recuperó, escrito en cinco folios y manchado de sangre, entre la ropa que vestía su cadáver. Tal vez un despiste, o quizás un arrepentimiento de sus verdugos, los soldados de las SS que lo asesinaron de un tiro en la nuca, junto a sus compañeros, en el camino entre la prisión y la estación de Postdam. Era la noche del 23 al 24 de abril de 1945. Siete días después, ante el avance de las tropas rusas, Adolf Hitler se suicidaba en su búnker.

Aunque tenía una cuarta parte de sangre judía, Haushofer no estaba entre rejas por esta cuestión. Su compañero de estudios y discípulo destacado de su padre, Rudolf Hess, se había encargado en su día de que expidieran a su nombre un certificado oficial de sangre germánica. El geógrafo, diplomático, dramaturgo y poeta estaba condenado a muerte por sus crímenes políticos contra el nazismo. Por alta traición. Cuando Hess voló en su Messersschmitt hasta Escocia en 1941, para tratar de negociar la paz a espaldas de Hitler, llevaba como salvoconducto las tarjetas de presentación de los Haushofer, padre e hijo. Más tarde, su nombre volvió a aparecer directamente vinculado al atentado fallido de Claus von Stauffenberg, en 1944, contra el führer. Si aún estaba vivo en abril de 1945 era porque su expediente, junto con los de tantos otros, ardió durante el bombardeo sobre el Tribunal de Delitos Políticos del 3 de febrero de ese año.

Antes del ascenso de los nazis en Alemania, había desarrollado una brillante carrera como geógrafo. La misma profesión de su padre, Karl Ernst Haushofer, general retirado y profesor de Geopolítica en la Universidad. Con 25 años ya era secretario general de la Sociedad Geográfica de Berlín, y antes de cumplir los 30 había viajado e impartido conferencias por diferentes lugares del mundo. En 1933, cuando Hitler gana las elecciones, trabaja como profesor de la Escuela Superior de Política. Con los nazis, Haushofer llegaría a ser consejero del partido, participando en misiones diplomáticas secretas. Cuando Von Ribbentrop es nombrado ministro de Exteriores, el escritor pasará a formar parte de su departamento de Propaganda.

La invasión de Checoslovaquia, en 1938, seguramente fue el detonante que propició que se le cayera la venda de los ojos. Si en algún momento pensó, como hombre de cultura, que su trabajo permitiría cambiar las cosas desde dentro, no tardó mucho en darse cuenta del error. «A mí mismo me acuso dentro del corazón:/ engañé a mi conciencia durante mucho tiempo,/ me he mentido a mí mismo y mentí a los demás,/ supe desde el principio el rumbo del desastre,/ avisé… ¡pero no con bastante firmeza/ y claridad! Y ahora sé que he sido culpable», escribe en el soneto número XXXIX de 'Moabit'. Cinco años antes, en 1940, ya le decía a su madre en una carta que el régimen de Hitler era «un barco averiado e incendiado, dominado y conducido por locos y criminales».

En 1940 ya le dijo a su madre que el régimen nazi era «un barco averiado conducido por locos y criminales»

El soneto suprimido

El hallazgo de los 'Moabiter Sonette' junto al cadáver de Haushofer se convirtió de manera inmediata en un icono de la resistencia. Inmediatamente después de enterrar al poeta en el cementerio de víctimas de la guerra, el Segundo Ejército de los Estados Unidos publicó su primera edición, de manera privada, aprovechando la maquinaria de una imprenta que había quedado milagrosamente en pie tras los bombardeos. Al año siguiente, en 1946, la editorial Lothar Blanvalet imprimió varias reediciones, pero suprimiendo, por indicación de los aliados, el soneto titulado 'Lluvia de bombas', en el que Haushofer decía: «Sabemos todos bien que nuestras vidas valen/ poco, como la paja: el dogal alemán,/ las balas de los rusos de pronto en el cogote/ y las bombas británicas son nuestra lotería». Y así permanecieron las ediciones hasta 1976: 79 sonetos en lugar de los 80 originales…

Hoy, Albrecht Haushofer tiene calle e instituto de secundaria en Berlín, además de varias placas y monumentos. En las tapias de la antigua prisión de Moabit, integradas en un parque público, se pueden leer los versos del primer soneto: «De todo el sufrimiento que llena este edificio/ entre mampostería y rejas se percibe/ un aliento de vida, un secreto temblor». En la nueva versión bilingüe que publica ahora Hiperión, con traducción, introducción y notas de Jesús Munárriz, los endecasílabos de los originales sonetos isabelinos (al estilo de Shakespeare) han pasado a ser, en su mayoría, alejandrinos. Pero mantienen, además de la verdad, el dolor, la hondura, la revelación y la impronta del texto original, una buena parte de su música. Y toda su estremecedora intensidad.

La inminencia de la muerte es una realidad rotunda en los sonetos de Moabit cuando el poeta se pregunta «a dónde va cuando escapa del cuerpo». También cuando, en su desgracia, se identifica con Sócrates y con esa copa suya de cicuta, que representa la ética completa de la cultura occidental: «alguien muy grande aquel que se atrevió/ a mantenerse así como víctima fiel/ al poder asesino ciego del propio estado». La muerte, y su antesala, que son los sueños. Las visiones de esa vida que pasa por delante de los ojos. Las personas y los paisajes de la infancia. Los compañeros de la vida. Aquel amor que fue, tal vez, el único verdadero: esa mujer que perdió cuando ella tenía 26 años y él 39, a la que alude en el soneto LXXIII y que casi al final de la obra, en el número LXXIX, se vuelve a aparecer en sus delirios de cautivo.

Secreto temblor, aliento de vida entre grilletes al que le faltó poco, muy poco, para convertirse en liberadora realidad. Y al que la alevosía del asesinato terminó convirtiendo en icono poético. Sueño y vigilia del prisionero que se estremece y nos estremece en sus momentos finales cuando se sabe y se siente como aquel que «amarrado a una barca sin remos,/ oye las cataratas del Niágara rugir./ Las aguas entrechocan en la borda del bote./ Corren con rapidez. Lleva atadas las manos». Poesía en grado de pureza extrema.



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