Ulises X
Alberto Guirao
HIPERIÓN: MADRID, 2020
76 PÁGS.
LA EXTRAÑEZA LÚCIDA
Por Martín
Izquierdo Verde
https://www.revistaquimera.com/ultimo-numero/
Acercarse a Ulises X es como recoger un espejo roto con las manos. Mucho tiempo después de su lectura seguiremos encontrando esquirlas, recordando sus versos rotundos. Fragmentario, nos refleja y nos hiere. Que la tramoya clásica no nos engañe: tras Penélope o las sirenas aparece la verdadera historia, un texto épico sobre el fracaso de una generación.
Este libro bascula entre lo oracular y lo irónico. Su lírica huye de la denotación, modulada por la sensibilidad del surrealismo. Su estilo, hermético, profundamente trabajado, es un palimpsesto que deja huellas de diversos niveles de escritura.
El libro comienza sampleando la Odisea. En su mar poético no hacemos pie: los versos son orgánicos, se solapan sin puntos y comas, como imágenes inconexas de un metraje («Han repuesto un film Tu mito»). Hay algo voyeur de Haneke. También versos concisos que nos absuelven, con afinidad con la obra de Carlos Pardo («Vayamos a encontrar la palabra / con la que nombrar y ser / a la vez perdonados»).
Al escuchar la canción No soy un extraño de Charly García, descubrí un pathos común con este libro: lo cotidiano se torna inexplicable. Todo es un desdoblamiento, como mirar una maqueta inmobiliaria y descubrir que somos una de las figuritas. Es la «extrañeza», lo unheimlich. Así lo sugiere la cita de Valente que elige Guirao: el espejo como imitación deformada de la vida.
Despejamos la X de Ulises: es un trasunto del autor y su odisea, colectiva. Gil de Biedma opinaba que la voz que habla en el poema, por mucho que se parezca al poeta, tiene la misma realidad que el personaje de una novela, legendario o histórico. El poeta épico tiene una función, escribir para la trascendencia de un pueblo: «A los pies de mi cama vino Palas Atenea Levitaba y decía Bienvenido al centro de la / celebridad». El empleo de la ironía desacralizadora que mezcla elementos clásicos con cierto feísmo encuentra afinidades con los poemas de Mario Montalbetti −Augur observando un pollo (poemas romanos), 1978−. Pero el ritmo, las imágenes y los neologismos de Guirao son inconfundibles, así como sus temas: la familia como herencia, el artista y su obra y la metaliteratura.
La gran apuesta de este libro, dividido en tres partes, consiste en mostrar que la topografía del poemario no reside en la geografía (Roma o Madrid), ni en la mezcla de distintas épocas (sincronía de tiempos anacrónicos), sino en sugerir la desorientación del Ulises contemporáneo, que entre becas, trabajos precarios, compromisos familiares y mudanzas no vuelve a Ítaca. Ese lugar, prometido o deseado, decepciona más que la promesa del viaje.
Hay versos asombrosos donde trata la identidad («Resulta que éramos al fin / símbolos de nosotros»), la migración («¿Será el exilio un agosto madrugando?» o «Y mientras el mar devuelve sus intrusos, la oscuridad encarga turistas de interior») o lo gregario («habían adornado los templos / así que sacaron / las festivas guirnaldas / de la identidad»).
Al concluir el poemario, la tierra: verano de 2010. Las guirnaldas son banderas. Final de la Copa Mundial de Fútbol, fragor identitario. Guirao crea una iconografía viral en la que caben Lorca, Carver, su Penélope destejiendo las pantallas y el gol de Iniesta. Es un libro hermético con secretos para iniciados. Las crisis son cíclicas y eso da al texto vigencia para rato. Como cualquier burbuja de la precariedad, las columnas y templos que ilustra Candela Sierra son hinchables, más deseables que el mármol, con la apariencia sencilla de lo que está cargado de fuerza.
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