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Luna Borge lee «Contra el rey« de Juan Manuel Romero en «Epicuro»

 

La renuncia

Contra el rey. Juan Manuel Romero. Hiperión. Precio: 10 €.
Contra el rey. Juan Manuel Romero.
Hiperión. Precio: 10 €.

El lector poco atento podría creer que el título de este libro es una oportuna proclama política, pero no, el rey al que se refiere el título es al que el autor intenta hacer abdicar en la república de su casa: él mismo.

Contra el rey, que obtuvo el Premio Ciudad de Córdoba Ricardo Molina, es un libro incisivo, casi inquisitorial, de una poesía desnuda, en el que el poeta se muestra, inflexible, en una guerra titánica consigo mismo. La continua búsqueda y la tenaz pregunta son la rueda motriz de esta poesía: poesía indagatoria y de análisis en las profundidades del ser.

Tres partes, equilibradas y distintas —de once, diez y once poemas, respectivamente— con títulos que repiten el del último poema de cada una de ellas: «Un regalo», «Gracias desprendimiento» y «Abdicación», componen el libro.

«Preguntas y respuestas» se titula, precisamente, el poema que abre el libro y viene a ser una particular búsqueda entre el pasado y el presente, «¿Cuánto de lo que he sido / está aplastando lo que soy?», y de este con el futuro, «¿Cuánto de lo que soy / está aplastando lo que quiero ser?». La respuesta es desoladora, nos la proporciona al final: «Un día el sol me dijo: eres joven / y valiente. / Ahora / mira cómo derrito tus respuestas». 

Este tema, central en el libro, lo encontramos de nuevo en «Una brillante síntesis», donde, ya en el tercer verso, dice: «Tengo que decidir aún quién soy», y en esa lucha sin cuartel por ser de otra manera encontramos por primera vez la figura anunciada en el título, «Dos reyes enfrentados hemos sido»; en el enfrentamiento del que fuimos y el que somos se debate el futuro del protagonista poemático. En «Unas rocas», el acantilado, batido por el mar en la escollera, le recuerda los restos de carácter que trata de arrancarse, que son como «grandes incrustaciones de feroz mineral». Pero es en «Pan para los peces» donde el simple hecho de lanzar trocitos de pan a los peces del puerto le sirve al poeta para hacer una preciosa reflexión sobre la vida y la fuerza de lo menor. Los pececillos saben diluirse en lo gris por vocación y se conforman con poco, «Amar interminablemente / un poco de agua: / la única manera / de querer algo a fondo».

Es en la segunda parte donde se concentran los poemas más intensos, dramáticos y desgarrados. Está dedicado a la enfermedad del padre, ingresado en un hospital y, además de una reflexión sobre la vida y la deuda con los padres, es un repaso que el hijo realiza buscando en el recuerdo detalles y vínculos con un ser tan secreto y generoso.

El poeta habla como en voz baja, con una admirable sobriedad expresiva donde, entre la aparente frialdad, aflora una fuerte corriente emotiva que misteriosamente nos inunda. Poemas como «Un dragón dormido», «Días de 1981 y 1982» o el melancólico y sugerente «Gracias desprendimiento», con ese tono sentencioso del lenguaje bíblico («Como cae un alud / repentino, pujante, / un tiempo arrastrará todo tu tiempo»), nos muestran una muy personal visión de la realidad cuyo sesgo estilístico nada recuerda al dominante en la poesía actual por esa contundencia lírica tan original y portentosa.

Si en la segunda parte es la figura del padre la que da plenitud a los poemas, en «Abdicación», la tercera, será la del hijo que va a nacer la que hará abdicar al protagonista de sus pretensiones regias: «Harto de la ironía / me quedaré callado. // Renuncio a ser el rey / del pueblo en rebelión que soy yo mismo».   

No quisiera pasar por alto otros poemas destacados: «Dentro y fuera», delicado y delicioso poema de amor donde el hijo, que va a nacer, se presiente como un futuro de miedo: «Hoy sé que el miedo / irá conmigo siempre». «Cicatriz», casi como continuación del anterior, alude a la costura del bisturí indispensable para el parto, cicatriz de la vida y, a la vez, fuente de placer, aquella herida necesaria «por exceso de vida que llegaba» y que permanecerá para siempre como señal de amor y sacrificio. Y «Cazorla» donde, con esos reiterativos «tú», «te», «ti», la autorreferencialidad es tan patente que el autor queda en silencio ante el lenguaje deslumbrante de la naturaleza que le enseña a seguir el camino sin miedo y brillar, a sabiendas de que va hacia su fin.

Contra el rey es un particular viaje que el autor realiza al interior de sí mismo invitándonos a desterrar a ese monarca soberbio que llevamos dentro y nos hace la vida imposible.

 

 

Preguntas y respuestas

Una veta de oro

bajo una tonelada de roca: amanece.

 

¿Cuánto de lo que he sido

está aplastando lo que soy?

 

Para sentirme a salvo

me puse a trabajar haciendo encuestas:

una puerta se abría

 

y yo sólo debía preguntar.

 

A favor del aborto, en contra del aborto.

A veces, siempre, raramente, nunca.

 

El mundo se diluye

en conclusiones estadísticas.

 

El no equilibra al sí y le da fuerza.

 

¿Cuánto de lo que soy

está aplastando lo que quiero ser?

 

Un algoritmo suma

los pasos del deseo.

 

Se gira hacia el instante

cada puerta detrás de cada golpe.

 

Un día el sol me dijo: eres joven

y valiente.

Ahora

mira cómo derrito tus respuestas.

 

      

Juicio perdido

El cielo tóxico,

descontrolado,

 

coloniza y destruye las estrellas,

septicemia del día, amanecer.

 

Lo que has sido circula por mi sangre,

un resto de morfina

que el cuerpo no consigue eliminar.

 

¿Cómo puedo juzgarte?

Reventó tu intestino:

el daño se adelanta a la desgracia

y nos domina antes de cumplirse.

 

Pero descansa: la abertura deja

que las heces rebosen a una bolsa.

 

Descansa, padre, piensa

en la quietud de un pozo.

 

Piensa en la luz

que borra todas las constelaciones.

 

 

Cicatriz

Te cosían la piel entre el ano y la vulva,
tejido desgarrado,
ensangrentado,
por exceso de vida que llegaba.

Te quebrabas por dentro
y yo sólo podía ir contigo
en la respiración.

¿Me atreveré a afirmar
que estabas ya en la esfera de los ángeles?

También se dilataba
y se abría algo en mí

igual que la pupila
de quien baja a una cueva.

Enséñame esta noche
la huella más salvaje del placer
y la continuidad,

estigma de un milagro
del semen y la sangre,

testimonio de haber vencido al tiempo
o demorarlo un poco.

Beso tu cicatriz
más profunda, más mía.

No cosían tu piel:
me ataban a tu cuerpo para siempre.

 

Juan Manuel Romero

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