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Fermín Herrero recomienda a Rocío Acebal en Epicuro

 


Hijos de la bonanza.  Rocío Acebal Doval.  Hiperión, Precio: 10 €.
Hijos de la bonanza. Rocío Acebal Doval.
Hiperión, Precio: 10 €.

“Si un día despertase sin palabras; moriría de hambre o de tristeza.”

En la presente edición del Premio Hiperión de poesía, en medio de la pandemia, ha resultado ganadora la ovetense Rocío Acebal Doval, con Hijos de la bonanza.

Año tras año, y van treinta y cinco, cómo se pasa, volando, la vida, cada primavera, alrededor de su llegada, coincidiendo con el nacimiento del capitán de la poesía Friedrich Hölderlin, no falta a su cita con los amantes del verso el premio Hiperión, garantía de calidad, generalmente en ciernes debido a las características de sus bases, y cantera de algunas de las vetas líricas más destacadas en el panorama de la poesía en español desde el asentamiento de la democracia; pensemos, por citar algunas, en Luisa Castro, Almudena Guzmán, Ada Salas o la malograda Carmen Jodra por la parte femenina, y en Benjamín Prado, Luis Muñoz, Jorge Riechmann o Andrés Neuman por la masculina. Últimamente se ha renovado el jurado, para insuflarle juventud, supongo, con Ariadna G. García y Ben Clark, también ganadores del galardón, sin perder a mi juicio un ápice en cuanto al acierto de los fallos.

En la presente edición, ha resultado ganadora, en medio de la reclusión por la pandemia, la ovetense Rocío Acebal Doval, con Hijos de la bonanza, libro dividido en tres partes. La primera constituye un retrato generacional (“en tiempos de internet y construcciones” y “una paz –neoliberal – perpetua”), en cierto modo complementario del que hacía Carlos Catena Cózar, premiado en la edición anterior, en Los días hábiles, desde el punto de vista de una joven pequeño-burguesa, según su propia definición, de este tiempo, abocada a contratos basura de prácticas y trabajo precario, de tenerlo, y en consecuencia condenada al conformismo y a la impotencia para cambiar la situación e intentar siquiera la revolución pendiente que tiene el deber de ensayar cada juventud que se estrena y termina fracasando, naufragando en metáfora de la poeta. La segunda es de carácter metapoético, aborda el ejercicio de la poesía, las servidumbres y veleidades inherentes a la carrera literaria por insignificante que sea. La tercera sección se centra en el amor y el desamor, sus dulzuras, pocas, rigores y escaramuzas, muchas.

El batiburrillo de citas es indicativo de la amplia y variada formación lectora de Acebal, ya a sus veintidós primaveras. Como es lógico por la edad, algunas son sorprendentes, si bien casan a la perfección con las intenciones del libro. Así, figura como frontispicio Ángela Figuera Aymerich y como encabezamiento del poema “La retirada” este alegato de María Beneyto: “Que Dios os dé la vida/que merecéis, y a mí me dé el descanso/de no pertenecer a vuestro mundo/brutal, machista, hipócrita y cobarde”, como clara reivindicación de dos poetas postergadas, siendo muy válidas, de nuestra lírica de posguerra. Pero otras dan la impresión de mezclar churras con merinas, como al principio de la tercera parte, donde se arriman citas de la desgarradora Pizarnik y del escritor en bable Antón García. De igual manera podemos encontrarnos juntos al Cervantes José Emilio Pacheco y a su joven paisano Mario Vega, toparnos con un fragmento de una canción de la celebrity Rosalía o un verso del olvidado Víctor Botas, con una mención a la argentina Irene Gruss o a la nicaragüense Daisy Zamora o a Tomás Méndez, que no conozco.

Tal riqueza de referencias se compagina con la abundancia de intertextualidades o dialogismo, para empezar, claro, en el título, que remite a uno de los libros determinantes de la lírica española tras la Guerra Civil e incluso refuta en cierto modo el de otro premio Hiperión, Los hijos de los hijos de la ira del mentado Clark. Y, a seguido, pongamos en el primer poema homónimo, con pie en el “Retrato” de Antonio Machado o en “Nota biográfica” con arranque albertiano, en ambos pasando por las versiones de Jaime Gil de Biedma, presencia de fondo fundamental en el libro, ya desde el estrambote del mencionado poema que le da título, sobre todo en lo que respecta al uso muy atinado del coloquialismo y al recurso a la ironía, que Acebal practica con una precocidad apabullante, por ejemplo en el texto que desemboca en la figura crítica de su polémico paisano y mandarín del mundillo lírico José Luis García Martín, tras evidenciar la avasalladora vanidad del gremio por encima de todas las cosas.

Esta multiplicidad de alusiones contribuye a custodiar y proteger el hilo de la tradición, tan amenazado por muchos parapoetas de los años de Acebal, que escriben como si no existiese, y la salva, por otra parte, de lo mimético, tan peligroso cuando se dan los primeros pasos poéticos, si bien en términos generales su estilo puede encuadrarse en la poesía de la experiencia, en su línea más clara, con su prosodia habitual de verso impar y preferencia por la silva blanca, entre las que se cuela un jaiku digital, no en vano los dos últimos poetas citados son Luis García Montero y Luis Alberto de Cuenca y, como decía, es muy perceptible la fecunda huella de Gil de Biedma, a quien en un poema llama Jaime a secas, y Dámaso al autor de Hijos de la ira, familiaridad campechana que no deja de sobresaltarme y dejarme pasmado, por más que se haya convertido en algo habitual, a tal punto que, por caso, Lorca ha pasado a ser Federico para todo quisque cuando él mismo se extrañaba de su nombre de pila al final del poema “De otro modo”.

Como es natural, por tanto, debido a su juventud y a la diversidad de autores invocados, todavía no se aprecia en Acebal una voz propia, requisito de partida para cualquier poética que se precie y a la vez losa y tumba definitiva de muchas, si, por facilismo, una vez cuajada esa expresión personal se recurre al automanierismo, sin modularla y sin deshacerse en la medida de lo posible de ella. Ambos desafíos le esperan a esta poeta tan prometedora y como sin duda tiene lo esencial: a saber, lecturas, vocación y vicio por la poesía, como declara sin ambages en el poema “Si un día despertara sin palabras”, y, por añadidura, en virtud de lo que se desprende de Hijos de la bonanza, en general y del poema sobre la belleza verdadera de los cerezos, “Arte poética”, en particular, su poética va muy bien encaminada, estoy seguro de que lo conseguirá.

 

SI UN DÍA DESPERTARA SIN PALABRAS

Si un día despertara sin palabras,
moriría de hambre o de tristeza.

No tengo nada más: la inútil vocación
de pensar y explicar lo que he pensado.

 

ARTE POÉTICA

No encontrarás belleza en el cerezo
cubierto por la flor de primavera.

Espera a la llegada del otoño:
aprecia la paciencia tejida en sus raíces,
el tronco poderoso frente al viento,
las ramas cobijando sus nidos de la lluvia.

Observa ahora el manto del aroma,
cadáver a los pies de esa entereza,
y dime de qué sirve su artificio.

 

EL ERROR

Borracha y despeinada, con el sujetador
al aire y el labial corrido,
escupí en el lavabo
la saliva del beso que nunca debí darte.

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