Mariposas del instante
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Fermín Herrero
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Hiperión. Precio: 17,31 €.
Seiko Ota habla de lo novedoso, aunque sea imperfecto, en relación con lo cotidiano, frente a la tradición y contra lo trillado.
Otro maldito libro sobre el jaiku. Es lo primero que pensé cuando cayó en mis manos el ensayo de Seiko Ota: Seis claves para leer y escribir haiku. Y sin embargo, al hojearlo tuve el pálpito, luego confirmado, de que la condición nativa de la autora lo hacía diferente a otros estudios sobre la popular y manoseada estrofa, por ser información de primera mano y con mucho conocimiento de causa, certezas que ya la trayectoria de traductora de Ota, a medias con la nipóloga burgalesa Elena Gallego, formada por antologías como Haikus de amor, Haikus contracorriente, Haikus de guerra y Haikus en el corredor de la muerte y, sobre todo, sus apreciaciones en Kigo. La palabra de estación en el haiku japonés, me garantizaban de antemano. Por añadidura, según el prólogo, ella misma es una consumada y premiada practicante, además como participante en grupos de kukai, reuniones periódicas en las que se componen y critican los jaikus de sus miembros, costumbre del país del Sol Naciente cada vez más asentada en España.
La ascendencia de la autora, su dominio de una cultura milenaria muy compleja (baste nombrar los arreglos florales, las ceremonias del té o del aroma…) y rica en símbolos y matices, es fundamental para el mucho provecho que puede sacar del libro tanto el lector de jaikus como el aficionado a escribirlos. Pongamos lo relativo a la mentada palabra kigo, que marca la adscripción a una de las estaciones del año. Para empezar, averiguamos que no sólo se utiliza, como uno diría haber leído repetidamente en varios escritos, con ese fin, en relación con lo instantáneo y el canto a la naturaleza, el de indicar el momento exacto en el que ha surgido el jaiku, sino que se usa «más bien para ampliar el mundo del poema», además de sugerir todo lo que tiene que ver con el hombre. Su entronque con la estética tradicional japonesa imposibilita así su trasplante a Occidente y dificulta la recta comprensión de su valor y significado en los poemas, de ahí la importancia de las reflexiones de Ota, que lo aborda en varios textos clásicos a través de tres motivos: el ciervo, el faisán y la flor del ciruelo.
Aparte de la palabra estacional, la autora y haijin, recurre a otras cinco claves para poder penetrar en la esencia del jaiku: lo novedoso, aunque sea imperfecto, en relación con lo cotidiano, frente a la tradición y contra lo trillado, «en cuanto al vocabulario, tema, combinación de temas e intento de composición»; la combinación de dos temas, imantados por atracción semántica en su composición; el saludo, acaso lo más curioso: «El haiku es un poema en el que no se canta un sentimiento mediante un monólogo, sino mediante un diálogo», sea con los vivos, con los muertos, e incluso con el paisaje; la cooperación en la creación, clave en la que difiero, pues me parece que, excepto en lo que concierne a la intertextualidad y a la necesidad de dialogar con literatos anteriores o clásicos, es contraproducente, o cuando menos indiferente a efectos de escritura, el acudir al grupo, toda vez que los poetas no son gente gregaria, sino descarriada, de poca conversación con el mundo, de hecho muchos destacados haijines han sido eremitas.
Antes de abordar los aspectos citados, Ota sintetiza el recorrido de la forma estrófica en las letras hispánicas, desde su introducción a través de traducciones inglesas o francesas en la primera década del siglo anterior hasta nuestros días, en los que goza de una efervescencia lírica desmesurada en gran medida propiciada por internet. Parte del pionero en estas lides, el mejicano José Juan Tablada, autor del jaiku de los sapos («Trozos de barro, / por la senda en penumbra / saltan los sapos»), que viene a ser a estos efectos como el dinosaurio de Augusto Monterroso en lo que respecta al microrrelato, y concluye citando a Susana Benet, una de las cultivadoras actuales más respetadas. Por el camino del proceso de aceptación y adopción como poema breve en español contempla desde quienes sólo tomaron la pauta métrica, como Mario Benedetti, a los que optaron más bien, en detrimento del cómputo silábico, por conservar su esencia, caso de Octavio Paz.
Mediante numerosos comentarios de textos destacados ─concluye con un espléndido acercamiento al poema de Basho de la rana y el estanque─, recuerda en sentido general algunos rasgos intrínsecos al jaiku y que la legión de practicantes suele por desgracia olvidar, como que debe evitar el intelectualismo y el sentido sentencioso, apreciación que debemos al especialista Fernando Rodríguez-Izquierdo. Y lo mismo valdría, por ejemplo, para la clave de la que no hemos hablado, la omisión: «El haiku es atractivo por su resonancia al captar solamente lo que rodea al tema sin mencionarlo explícitamente». Creo que lo sustantivo, la ambigüedad, el preferir la intuición sobre la idea, rasgos fundamentales del jaiku, únicamente pueden alcanzarse gracias a la elipsis; es más, la poesía en sí, la literatura en general –y ahí radica una de las virtudes innegables de esta estrofa– dependen de la capacidad del autor para mostrar lo sencillo al eliminar lo evidente u obvio, eso sin contar que, además de por el comedimiento y la reserva que espanten el engreírse, debe hacerlo aunque sólo sea por cortesía y respeto hacia el lector.
UNA DOCENA DE LAS MUCHAS TRADUCCIONES AL ESPAÑOL DEL CELEBÉRRIMO JAIKU DE BASHO
“Estanque viejo:
una rana salta,
el sonido del agua” (Seiko Ota)
“Un viejo estanque:
se zambulle una rana,
ruido de agua” (Antonio Cabezas)
“La vieja charca
Zambullón de una rana
Ruido del agua” (Alberto Silva)
“Un viejo estanque:
salta una rana, ¡zas!
chapaleteo” (otra de Octavio Paz)
“La vieja charca:
una rana salta dentro
¡oh!, El ruido del agua” (Adolfo Gª Ortega)
“El viejo estanque;
una rana salta dentro,
el sonido del agua” (Alberto Manzano)
“Agua estancada.
Ha saltado una rana:
resuena el agua” (Alfonso Barrera)
“El estanque antiguo,
salta una rana.
¡El ruido del agua!” (Mariano Antolín)
“Salta una rana
dentro del viejo estanque
¡cloc!- hace el agua” (Carlos Spinedi)
“Sobre el estanque muerto
un ruido de rana
que se sumerje” (Osvaldo Svanascini)
“Un viejo estanque;
al zambullirse una rana,
ruido del agua” (Fernando Rodríguez-Izquierdo)
“En el antiquísimo estanque
salta dentro una rana:
sonido único” (Victoria Cirlot)
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