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Irazoki en El Correo (Bilbao)



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5
Sábado 28.03.20
EL CORREO
«Me gusta raspar superficies de la realidad»
Francisco Javier Irazoki Escritor. Publica
‘El contador de gotas’, una autobiografía lírica en la que defiende lo cotidiano y la necesidad de construir una conciencia individual


JON KORTAZAR 

L a nueva entrega poética de Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954) se titula ‘El contador de gotas’ (Ed. Hiperión) y es una obra de prosa poética donde el autor realiza 44 entregas para completar una au- tobiografía íntima y lírica, llena de recuerdos y de paisajes per- sonales que «ruedan por una in- consciencia pedregosa». Cada gota de este libro alude a un pasa-
je de la creatividad del autor.
–En primer lugar, me gustaría preguntarle por la razón de su predilección por los poemas en prosa. No es la primera vez que los utiliza, aparecen en los libros ‘Los hombres intermitentes’ (2006) y ‘Orquesta de desapare- cidos’ (2015), y en cierta medi- da en ‘Ciento noventa espejos’ (2017), cuyos textos se han des- crito como sonetos en prosa.
– Mi predilección nace de la bús- queda de libertad. He compues- to muchos versos. En ‘Música in- cinerada’, el libro que he empe- zado a escribir, a veces regreso a esta disciplina. Hubo años en que me sentí encarcelado en el verso y la prosa liberó mi poesía. No acepté la pobreza de creer que lo poético debe estar limitado por la métrica, las líneas inacabadas y cierto léxico. Aunque de joven leí ‘Ocnos’, de Luis Cernuda, y ‘Los cantos de Maldoror’, de Lautréa- mont, dos libros de poemas en prosa que me impresionaron, continué con el hábito de expre- sarme en verso. Residir en Fran- cia desde 1993 me ha ayudado a la liberación literaria. Al menos desde el siglo XIX, los franceses cultos no conciben que la poesía pueda estar recluida en ninguna
prisión estética.
– Lo primero que llama la aten- ción en este libro, ‘El contador de gotas’, reside en su capaci- dad de realizar homenajes a los autores que admira, Blas de Ote- ro, Emily Dickinson..., esa gale- ría de poetas amigos.
– Necesito agradecer a quienes me instruyeron. Cuando fui ado- lescente, ‘Ángel fieramente hu- mano’ y ‘Redoble de conciencia’, de Blas de Otero, significaron un refugio para mí. Una casa muy bien construida, por cierto, con un uso muy bello de la lengua cas- tellana. En esa casa descargué mi angustia existencial. Después vi- nieron mis lecturas de autores clásicos y contemporáneos. In- cluidos los extranjeros, por su-
puesto. Ahí estaba, entre otros, Emily Dickinson, a quien perci- bí como una hermana distante. Más cerca, la maestría de Rami- ro Pinilla, Jorge G. Aranguren, Pa- blo Antoñana o Fernando Aram- buru. Mis homenajes son huellas de gratitud.
– Podríamos definir el libro
«La ética personal es un muro contra el que chocan los fraudes colectivos y que nos libera para los abrazos»
como un puente entre lo cotidia- no y lo recóndito, un viaje des- de la realidad a la vivencia ínti- ma.
– El viaje entero lo incluyo en la palabra realidad. Me gusta ras- par superficies y apariencias de la realidad. Empiezo por las vi- vencias íntimas. Lo cotidiano en- cierra materiales que menospre- ciamos con ligereza. A mí me sir- ven. Como la literatura no es una armonía trazada con cartabón y regla, el viaje que usted mencio- na decide mi manera de expre- sarme.
De la infancia a la madurez
– Hay dos grandes paisajes en el libro: el de la infancia y la ado- lescencia en Navarra y el del
En París.
El escritor navarro Francisco Javier Irazoki.
hombre maduro en París, en el medio urbano. ¿Hay dos perso- nas también?
– La niñez ha sido mi columna más firme. La recuerdo siempre con unas palabras de Albert Ca- mus: «El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resen- timiento». He dicho que, gracias a la ética de mis padres campe- sinos, la maldad me aburre. La adolescencia vino con su idealis- mo confuso y su guadaña de pre- guntas. La etapa de mayor inten- sidad. Luego, en la madurez, he observado la apertura mental de mi vecindario de París. He reci- bido sus lecciones durante casi tres décadas. Por lo demás, me parece que cada hombre contie- ne varios habitantes. A los míos les pido que convivan con sere- nidad.
– Diría que uno de los temas más recurrentes en el libro se confi- gura en torno a la creación de una conciencia que recuerda, y que lo hace desde la sensibili- dad.
– Era mi objetivo. Estoy de acuer- do con su frase. Desde niño he guardado las vivencias para que me ayudasen a construir un tes- tigo. Incluso retenía lo aparente- mente trivial, roto, minúsculo. Ese testigo sería la conciencia. Y en uno de los poemas de ‘El con- tador de gotas’ explico que ten- go una cita diaria con la concien- cia, «único cazador que me apun- ta con su arma».
– Usted habla de construir ha- bitaciones propias, y una de sus ideas-fuerzas consiste en defen- der la personalidad frente a la tribu, no dejarse pisar nunca. – Opino que la identidad colecti- va es una cárcel. O una marca para simplificarnos con sus após- toles, sus beatos y sus oratorios ensangrentados. También intu- yo que muchas ideologías son eti- quetas sociales; adornos para ser atractivos sin compromiso. No encuentro hondura en los víto- res, la delación o el desprecio; todo ello empantanado en el cas- tigo al disidente. Por el contrario, la ética personal es un muro con- tra el que chocan los fraudes co- lectivos. Un muro que nos libera para los abrazos.
Francisco Javier Irazoki tran- sita en este libro desde la sensibi- lidad estética a la lucidez ética, un viaje hasta las raíces de una conciencia atenta a la construc- ción de una personalidad que cri- tica con dureza la comodidad de dejarse llevar por las ideas co- munes. Por eso libera su objeti- vo final: «No abrazar ningún idea- lismo compatible con la incohe- rencia íntima», y construirse en la relación amable del recuerdo del pasado.

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