Harkaitz Cano y Francisco Javier Irazoki por Enrique Villagrasa en Librujula. Febrero 2020
Harkaitz Cano publica "Gente que trabaja en los tejados", una antología que reúne algunos de sus poemas traducidos en castellano y que han sido seleccionados por Francisco Javier Irazoki, que acaba de publicar el poemario "El contador de gotas".
Paisaje y paisanaje quedan imbricados en esta antología de la poesía del escritor, en el amplio sentido de la palabra, Harkaitz Cano (Lasarte-Oria, San Sebastián, 1975). Antología bajo el título de Gente que trabaja en los tejados (Fundación Ortega Muñoz), con traducción del propio autor y selección y nota previa del también poeta Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954), quien también acaba de publicar un libro de poemas en prosa El contador de gotas
(Hiperión). A estos poetas les une un conocimiento reconocido de la
música y su mundo poético, entre otras cosas.Dos poetas y dos ironías
distintas, en un solo paisaje verdadero: la vida que es opción a la vez
que negación: “en la acera cubierta de nieve que es la vida”, Cano dixit. Al igual que Irazoki
cuando escribe: “luz: pan, caracoles, patatas que encierran los
alaridos subterráneos de un poeta que, al acogerme en la oscuridad de
sus habitaciones, me guió por un camino opuesto”. Lees a estos poetas en
estos dos y distintos ejercicios del recuerdo y encuentras en sus
versos evocación, sugerencia, miradas, memoria, ritmo: tanto leídos en
silencio como en voz alta, y con lenguaje cuidado. ¡Qué grandes!
Son ambos dos bellos libros vivenciales, impregnados de esa mirada que da la poesía a quien sabe mirar. En ambos: tanto en Gente que trabaja en los tejados como en El contador de gotas las
personas lectoras encontrarán variedad de asuntos: desde reflexiones
personales, a miradas sobre el mundo, también sobre las personas y sobre
los personajes del cómic, servidumbres, grandezas, pensamientos
filosóficos, observaciones de esa normalidad sociológica en la gran
ciudad, análisis, afirmaciones, y pronunciamientos. Todo bien
condimentado con la suficiente agudeza e ironía, en constante dinamismo.
O sea, otra manera de escribir poesía que se y te pregunta, que arde en
preguntas, tanto en verso al uso como en prosa provocadora. Opciones
del propio conocimiento que tienen ambos de la materia poética tratada
en sus respectivos libros. Además, tanto Cano como Irazoki
ni engañan ni se esconden: versifican de manera inteligente esta su
poesía singular y señera donde dirimen su verdad y la del mundo, desde
las voces y ecos: para mejor entenderse y entender: “¿Qué otra cosa,
sino el orgullo, / me impide ser gente entre la gente?”, dice el
donostiarra. Por su parte el navarro escribe: “Con el paso de las
estaciones, integro el camino en mi cuerpo. Soy una grieta ambulante”.
Escribiendo
desde la ética no se compromete la calidad literaria de la obra, ni hay
falso intimismo en el modo de afrontar su relación con los demás, con
el mundo, consigo mismo. Ambas poesías están encarnadas con otros muchos
discursos, pero por sus características tan singulares dejan huella en
quien las lee; puesto que, no hay humanismo autocomplaciente y sí
calidad literaria en esta transmisión de preguntas y conocimientos.
Poesía que admite la dialéctica como desarrollo de las ideas, sin
retórica alguna, y sí con brillantez en su quehacer demiurgo de ambos
poetas, pues han tratado y han conseguido cada uno desde su óptica poner
de manifiesto ese paisaje con ese paisanaje y sus propias vivencias.
También hay que señalar que por su parte Francisco Javier Irazoki abre y cierra el poemario, de una cuarentena de poemas, con dos citas fabulosas: de Ramón Eder y de Ramón Andrés, admirados ambos y muy cercanos en el quehacer demiurgo. Y Harkaitz Cano
en la treintena larga de poemas quedan citados sus poetas y sus
lecturas, divididos en tres partes paisajísticas: paisaje interior, de
incendios y final, por obra y gracia de Irazoki, seleccionador, quien opina que estos poemas desembocan en un conocimiento hecho de preguntas. Totalmente de acuerdo.
Solo
queda por afirmar que ambos poetas escriben desde ese su paisaje
propio, con una escritura sencilla y que traspasa la piel, pues tal es
la vida que exponen y alimentan: “Porque el tiempo siempre pasa más
despacio/ cuando transitamos por caminos extraños” (Harkaitz). Y
ambas poesías también y de qué manera están habitadas por personas de
toda condición social, sin miedo a nada, y ambos títulos, por
descontado, son dos buenas metáforas y o definiciones de lo que viene en
ser un poeta: Gente que trabaja en los tejados, donde imbricar azar y necesidad: “Para que los perros no le muerdan los sueños, payito” y El contador de gotas, donde anidar temor y temblor: “Los nuevos días son peldaños desprendidos de mi escalera”.
Creo, pues, que estos dos poetas, Francisco Javier y Harkaitz van y ven más allá de la realidad por medio del lenguaje. Este mundo global necesita esta poesía minuciosa, apasionada.
FGLD
(…)
-¡Ahí va! ¿Ahí va el poeta a quien fusilarán
dentro de seis años!
Mientras tanto, la cara de Federico
se escondía inconstante en el camarote
sin entender, sin ver, sin oír, sin saber
que Rimbaud y Lizardi recorrían
las espaldas frías de todos los amantes,
y con voz cada vez más queda,
preguntaban por él surco a surco.
Son cosas que solo sabe
quien ha recorrido la ciudad en busca de un rostro.
Harkaitz Cano
DOS CUENCOS
(…)
Enfermó lejos de la tristeza de su comunidad.
Cuando
reaparece en mi memoria, se esfuman sus diarios, tijeras y actas. Sé
que subido a una bici, nos ofrecía dos cuencos: la profundidad y la
ligereza.
Francisco Javier Irazoki
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