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Irazoki, el contador de gotas
"La gratitud es nuestro escudo contra el dolor" Por Alfredo Urdaci
Confieso algunos hábitos
felices. La Puerta de Alcalá de Madrid para mi es sólo un apéndice de la calle
de Salustiano Olózaga, donde tiene Francia su embajada, con sus guardias
civiles en la puerta, subrayando con tricornios la frontera. Ahí estuvo, en la
calle de Villalar, que hace esquina con Olózaga, mi primera residencia en
Madrid. Era un piso tercero con más de veinte habitaciones, dos cocinas y
cuatro baños. Estaba en proceso de venta y ahí me instalé, como un okupa,
en un viejo convento urbano, a la espera de que mi beca en Diario16 se
convirtiera en salario y pudiera pagar mejor cobijo.
Desaparecida Diva, que era un comercio de ropa interior
femenina de una delicadez sutil y refinada, el gran templo de ese pequeño
barrio es
Hiperión, la librería de Munárriz donde conviven judíos,
cristianos viejos, y alemanes. Es una librería en la que te dejan revolver
con libertad y te dan conversación sin dogma. Hay literatura japonesa, haikús y
textos de los sufíes. Es también el primer lugar donde me encontré con Irazoki
en forma de libro.
La piedad, la duda, la lírica
Cada vez que vuelvo por esas calles regreso a Hiperión con la
esperanza de que Irazoki, desde París, haya enviado un texto nuevo. Los
últimos son como breviarios: Los hombres intermitentes, Orquesta
de desaparecidos, Ciento noventa espejos, y ahora este El
Contador de gotas. En la primera página dice
que los textos de este libro, ordenado en capítulos breves, de materiales
heterogéneos, se escribieron entre 2016 y 2019. Son textos muy diversos.
Tienen, sin embargo, algunos hilos comunes: la piedad, la duda, la lírica,
el perdón.
Y como breviarios, abrevo en ellos cada noche. Un pequeño sorbo, a
veces dos. No es Irazoki un escritor de grandes borracheras, más bien de
aspirinas. Tomas un texto, lo lees, lo miras buscando el secreto, te maravillas
del hallazgo, rozas la felicidad, y dejas el libro, para que el siguiente
capítulo no te borre el gusto del leído. ¿Que no me creen? Prueben. Por
ejemplo este de El Contador de gotas: Farmacia musical.
Farmacia musical
Dice así: ‘Para
disminuir la angustia o moderar la euforia, nos dirigimos a cuatro
farmacias. La primera farmacia es un hombre negro. Recostado en un rincón del
metro parisino, canta varios blues. Las medicinas descienden de su boca y de
las cuerdas de su guitarra eléctrica.
Acurrucado al terminar el día, nos cura porque su música abre un
desfiladero entre montañas de discriminación. El segundo laboratorio, una mujer
con guitarra acústica, exhibe sus remedios en una calle central. Nos
permite entrar en su voz. Su delicadeza oculta un martillo de fragua.
Somos una hilera de insectos que rondan los añicos de unas notas musicales.
El tercer edificio lo forma un coro venido del Este europeo. Nos servimos
unos compases que combinan la prevención de las mujeres y el ímpetu de
los hombres. Sus fármacos huelen a cortaduras, traperos y tierra calcinada.
Algunos enfermos incurables pasan veloces sin detener su indiferencia.
Las canciones arden de cara a una pared.
La última farmacia que frecuentamos es una pareja apátrida. Sentada en
un pórtico, ella se curva con su oboe. Él se apoya en una columna y responde
con los medicamentos de su saxo. En medio va circulando el alivio de unos
caminantes’.
No ser un segador amargado
Hay días que uno lee a Irazoki y recuerda lo que dijo Borges:
‘dije asombro donde los demás dijeron costumbre’. Hay además, lo
reconozco, una proximidad no solo geográfica sino sentimental en esas historias
de silencios familiares, de racismo, de intolerancia, que se condensa en los
recuerdos del capítulo titulado Barrio Jaén. Aflora la culpa, en
forma de oración.
De su itinerario podemos decir que nació en Lesaca, ahora llamada
Lesaka. Los poetas tienen la mala costumbre de nacer en territorios duros
para la lírica. Formó parte de CLOC, que era un grupo de
escritores surrealistas. Escribió en la prensa musical de la transición,
también en el diario
El Mundo, y vive en París, donde se dedica a la
musicología, a la armonía, la composición y la historia de la música. De sus
mandamientos personales podemos extraer esta cita: ‘No herir a los
hombres diferentes, sino celebrarlos. No condimentar con resentimiento mi vida
breve. No ir nunca a las playas de los rencorosos. No aplaudir los disfraces de
la crueldad. No colaborar con mis habitantes cínicos. No ser un segador
amargado’.
Para que todo no sea un no, añadamos las dos últimas frases de este El
Contador de gotas: ‘Nos encaminamos hacia la nada. La gratitud es
nuestro escudo contra el dolor’.
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