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Antonio Manilla comenta "Saltar la hoguera" de Rodrigo Olay


Tradición y novedad se imbrican en las composiciones de Rodrigo Olay.
Poesía: la hoguera que no cesa.

Leyendo a Rodrigo Olay (Noreña, 1989), no solo este su tercer libro, sino también los anteriores, siempre he recordado la declaración de uno de esos artistas de los ochenta que llegó a afirmar que él no pintaba con colores, sino con estilos. Entendías aquella afirmación en el sentido de que trabajaba con toda la historia de la pintura a sus espaldas, echando sobre sus hombros el completo e inasumible peso de toda la tradición pictórica. Que una sola persona tuviera aquella aspiración en su horizonte era una inmensa responsabilidad, ciertamente, pero toda una declaración de intenciones. Estar a la altura de esas ambiciones, el simple hecho de intentarlo, es algo que como mínimo repercute y trasciende en la obra resultante, salvo que el ambicioso sea un loco.
En el caso del escritor asturiano, de apenas treinta años, Rodrigo Olay, desde luego cabe pensar que su obra está a la altura de un reto semejante. Pocos poetas —jóvenes o maduros— pueden combinar con tanta naturalidad en un libro cuadernas vías o estrofas de Francisco de la Torre, como ocurre en el poema que inicia el libro, con experimentalismo; audaces neologismos con sonetos; erudición y biografía; hondura y sentimentalismo familiar, sin que su voz nos suene impostada. Sin que nos parezcan un ejercicio. Tradición y novedad se imbrican en las composiciones de Rodrigo Olay y eso, que por sí solo no es nada, mero virtuosismo, viene acompañado en sus mejores poemas de la emoción, de una capacidad para dejar al final del poema, como él mismo lo define, «la luz en lo más alto de su hoguera».
En buena parte de los poemas de Saltar la hoguera, hallamos resonancias y versos recobrados. Más allá de las más evidentes alusiones concretas a maestros como pueden ser Antonio Machado, Pablo Neruda, Garcilaso o Gerard de Nerval, aparecen otras más enterradas que podrá detectar el lector avezado, como reelaboración de versos de Blas de Otero o un poema entero, «Escribe lo que temas que suceda», el cual creemos que hace las veces de homenaje al inspirarse directamente en otro de Miguel d´Ors titulado «Cosas que no soporto en un poema». Una composición canónica en este sentido podría ser «El rayo que no cesa»: bajo el epígrafe tomado en préstamo de Miguel Hernández, al que se cambia radicalmente el sentido originario, nos presenta juegos verbales y profusión de figuras literarias —paronomasias, anáforas y aliteraciones— junto a una soterrada mención a un clásico como Aulo Persio Flaco. En otras ocasiones, como en «13 de marzo», un texto sobre un pájaro que el poeta no sabe nombrar pero que le inspira el poema, Olay baja a sus versos, citándolos, a una amplia nómina de antecesores que trataron el mismo asunto, desde Santillana y Berceo a Antonio Cabrera y Sergio Fernández Salvador.
Pero ni mucho menos todo es clasicismo e intertextualidad en los poemas de Rodrigo Olay. Al lado de un soneto ajedrecístico a lo Borges o de poemas de contenido culturalista como puede ser el magnífico «De vita philologica», comparecen otros inspirados en una canción de Van Morrison, una película cinematográfica del director italiano Luca Guadagnino o el Whatsapp. Haikus y versículos —su anterior libro, La víspera, incluía un largo poema en prosa—, ausencia de puntuación, saltos temporales; forzando sintaxis y gramática, en momentos concretos, el autor consigue algunos poemas donde la expresividad alcanza altas cotas. Sería el caso, por ejemplo, de «Los cinco», donde se poetiza una alerta de atentado de ETA en un aeropuerto sufrida en carne propia con un ritmo trepidante, que nos pone en lugar y situación con un gran vivismo, trasmitiéndonos el temor primero y la calma final. Este traer al primer plano las capacidades significativas del ritmo versal, donde con un cambio brusco se busca el contraste, no es de ningún modo casual y puede verse su empleo en otro poema como «Call me by your Name».
Citas de Luis Alberto de Cuenca —otro de los maestros cuyo influjo sobrevuela la producción de Olay— y de Xaime Martínez encabezan el libro. La del poeta asturiano dice: «Quise saltar la hoguera y solo he /traído leña nueva al viejo fuego». Una buena imagen que es aplicable a su poesía y a toda la buena poesía que en el mundo ha sido.

Que el viento sople siempre a nuestra espaldaAunque duela la noche, aunque estés lejos,
aunque fuera que sí lo que temía,
aunque qué pronto nos haremos viejos,
            que dure la alegría.
Aunque el adiós le ponga sitio al hoy,
aunque estemos más solos cada día,
aunque dude quién soy y a dónde voy,
           que dure la alegría.
Aunque olvidemos dónde regresar,
aunque me lama la melancolía,
aunque nos quede tanto que llorar,
           que dure la alegría.
Porque si estoy contigo, sigo vivo,
porque puedo querer lo que quería,
porque no importa nada lo que escribo,
           que dure esta alegría.
     
2º B
Yo tenía aquel año siete años. 
Fue al empeorar mi abuelo.
Mi madre lo cuidaba y no podía
cocinar y empezamos a quedarnos.
Después del comedor, anochecida el aula,
hacíamos como si nos durmiésemos,
las cabezas sobre los antebrazos.
los antebrazos sobre cada mesa.
La señorita Cova, entonces,
que me quiso y que me quiere como a un hijo,
me ponía de pie en alguna silla,
me quitaba la ropa y me iba dando crema,
recorriendo mi piel como mi madre,
como hago hoy yo tres veces cada día.
Mi maestra tardaba unos minutos.
Yo desnudo delante de la clase.
Pero no olvidaré
que nunca, jamás, nadie dijo nada.
De aquellos veinte niños,
ni una burla, ni un mote, ni un insulto,
un mírale, un está pelado, un
no, porque es contagioso.
                           Ni una vez.

Ni cuando me pegué con Joselito.
Ni cuando le perdí el balón a Pedro.
Ni cuando le llamé a Barrul
                                gitano
y él
lloraba.

Rodrigo Olay

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