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Una extraña ciencia de Julio Rodríguez por Inmaculada Lergo






Poesía

Julio Rodríguez: Una extraña ciencia

domingo 15 de diciembre de 2019, 18:57h
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Julio Rodríguez: Una extraña ciencia
XXIII Premio Internacional de Poesía “Antonio Machado en Baeza”. Madrid. Hiperión, 2019. 74 páginas. 9,62 €.
Por Inmaculada Lergo Martín
Un año más, el vigésimo tercero ya, el Ayuntamiento de Baeza y la Diputación Provincial de Jaén han concedido el Premio Internacional de Poesía «Antonio Machado en Baeza», que va reuniendo, bajo el sello editorial Hiperión, una colección de títulos que muestran el gran nivel que la poesía en español tiene en la actualidad. Por citar solo los últimos títulos premiados -que se han ido comentando en esta misma cabecera en años sucesivos-, recordemos el impactante poemario de Olalla Castro Bajo la luz el cepo (2018), el machadiano volumen de Reinaldo Jiménez De la mano (2017), o el franco y conmovedor relato personal de José Luis Morales en Gracias por su visita (2016), junto a nombres como Arturo Dávila, Juan Vicente Piqueras, Rosaura Álvarez, Virgilio Cara o Raquel Lanseros, entre otros ganadores.
En 2019 el reconocimiento ha sido para Una extraña ciencia, del ovetense Julio Rodríguez (1971), que cuenta con otros poemarios publicados como Naranjas cada vez que te levantas (2008, Premio de Poesía Emilio Alarcos). Doméstica (2011, Premio de Poesía Ciudad de Mérida) y Tierra batida (2014, Premio de Poesía Hermanos Argensola); novelas como El mayor poeta del mundo (2006, Premio Vargas Llosa de novela), El vuelo de la monarca (2011), Una mala racha (2016) y El gran Pirelli (2019); así como guiones de películas y de diversos programas televisivos.
Una extraña ciencia es una obra en la que, desde un «yo» muy personal, directo y cercano, el poeta apuesta por implicarse con la vida, por el lado afirmativo que la vida tiene, por arriesgar, por amar, por abrazar... Llama la atención en él la originalidad de su mirada hacia las cosas que le rodean, hacia su familia, hacia él mismo o proyectada al propio ejercicio de la poesía, pues se aleja de los tópicos sobre el paso del tiempo, la vejez, el paraíso perdido de la infancia y juventud, del amor en sus imágenes ya sea como amor idealizado, erótico o despechado. Sus poemas apuestan por no perderse en sueños irreales e imposibles. Encontramos a alguien que está a gusto con lo que llama la «edad asustada», una edad que generalmente suele ser abordada desde el miedo al futuro, desde el fracaso o desde la inminente vejez; pero que él «desmalditiza» -valga la expresión- sin temor a perder por ello fuerza poética y, de hecho, sin perderla.
El vivir es, desde luego, una ciencia extraña. Todos lo sabemos y todos nos hemos detenido a pensarlo en algún momento. No acertamos a determinar qué cosas son aquellas que dan la felicidad y, si lo hacemos, no atinamos a atenderlas. Nos desconcierta el absurdo que parece ser la vida misma, su azar, el sufrimiento, el dolor o el amor. Parece muy acertada por eso la metáfora con que Julio Rodríguez abre el libro en el poema titulado «La dulce ciencia», la de un cuadrilátero de boxeo; un combate en el que, en soledad frente a los golpes que llegan, se aprende a recibir y a dar, en definitiva, se aprende: «Y por eso, después de tanto asalto, / tanto amor asustado y esta lluvia / sostenida de golpes, / aquí seguimos todavía en pie, / abrazados sobre el cuadrilátero / alargando a duras penas el combate».
El lenguaje llano y sencillo que utiliza, junto a una cuidada técnica compositiva, consigue acercar la poesía al devenir cotidiano de cada existencia, de la suya y de la de todos. Porque da igual lo diferente que aparentemente podamos ser; siempre en cada uno habrá lucha, amor y desamor, padres, hijos, dolor y alegría, soledad… En todo ello, en lo bueno y en lo malo, Julio Rodríguez ve y siente la poesía, que, para él, nunca será un artefacto bien acompasado sino «un martillo, / un hacha, una cuchilla, / una primera grieta / en la pared», por eso nos inquiere: «Mírala bien. ¿En serio / te parece una lira?». Y, ciertamente, hace mucho tiempo que dejó de serlo, si es que realmente alguna vez lo fue. El verso, como un fósforo -dice en «Defensa propia»-, ilumina por un instante la oscuridad de la noche. Julio Rodríguez enciende algunos fósforos en esta nueva caja que acaba de sacar Hiperión y que les animo a abrir. A sabiendas, también, de que el poeta -y nosotros- intuimos que una cerilla «puede hacer que todo arda».


























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https://www.elimparcial.es/noticia/207993/los-lunes-de-el-imparcial/julio-rodriguez:-una-extrana-ciencia.html

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