Claridad y verdad
Muchos de los poemas de Jesús Munárriz protestan contra los de arriba, contra los de siempre
Jesús Munárriz es un poeta claro, siempre lo ha sido. Y de pronto Rimbaud se lee con la misma directa emoción con que escuchábamos a los cantautores de los años sesenta y setenta. Muchos poemas protestan contra los de arriba, contra los de siempre. Se trata de poemas que no desdeñan la demagogia y de los que es difícil disentir, pero a los que en algún caso resulta difícil asentir como poemas.
Pero el libro -amplio, seis partes de once poemas cada una- posee otros muchos tonos. Abundan las referencias a poetas y a las historias de la literatura. 'Fait-divers' es un espléndido homenaje a Paul Celan; 'Aquellos claros días' nos habla de Miguel Hernández; 'Gotán' de un poeta herido por la historia, Juan Gelman. No es poesía pura, a la manera juanramoniana, la de Jesús Munárriz: está llena de anécdotas, de referencias concretas, de lecturas, viajes y personajes. Por eso destaca un poema minimalista como 'Cera ardiente', la luz de una vela iluminando «el alma secreta de las cosas».
Hay muchos poemas memorablemente emocionantes en este libro que no pretende ser sublime sin interrupción, que a veces se lee como se escucha a un agradable conversador. Cito algunos: 'Mais oui', evocación de lo que Francia supuso para los españoles de la dictadura; 'Silbando', una antigua canción que alguien silba en la calle le devuelve a cuando silbar era un desahogo «en tiempos de silencio y monaguillos»; 'Instantáneas', colección de imágenes cotidianas o insólitas que se han quedado en el álbum de la memoria; 'Trotaba', dedicado al «dos caballos azul-gris» que le llevaba hasta el aire libre, más allá de los Pirineos.
No es poeta Jesús Munárriz que guste de ocultar referencias, sus poemas están llenos de nombres propios. En 'Uno de aquellos' se calla, sin embargo, el nombre del poeta y cantante Leonard Cohen. El poema glosa un pasaje de su discurso en los premios Princesa de Asturias: «Poco sabemos de él, ni siquiera su nombre. / Solo que era español, / que perdió aquella guerra, como tantos, / que dejó su país / y que tocaba la guitarra. / También que le enseñó sus primeros acordes / a un joven canadiense / que quería cantar. / Sesenta años más tarde, / este lo recordaba agradecido. / En todas sus canciones suena un eco lejano / de aquel españolito desterrado».
Varios de los poemas -'Vendimia', 'Lo de en medio', 'Viviendo'- glosan el 'carpe diem' y Munárriz sabe hacerlo dándole un toque nuevo al viejo tópico. Abundan también los epitafios, las necrológicas a gente cercana, y Munárriz logra salir con bien del tema más difícil, del que más se presta a la falacia patética: la muerte de la madre.
Es posible que los más exquisitos frunzan el ceño ante la falta de tensión de algunos de estos poemas. Por ejemplo, 'Sería bueno', que empieza así: «Sería bueno, pienso yo, que el Rey, / que es un profesional / muy encomiable, / el mejor preparado del país / para el puesto que ocupa, / buscase la ocasión y la manera / de preguntar al pueblo / si lo quiere / al frente del tinglado, / no sé si como Rey / o como presidente». Pero hay otros, los suficientes, que nos ponen una sonrisa en los labios o nos oprimen el corazón o nos ayudan a entender la historia del mundo.
Poesía para todos, según los conocidos versos de Celaya, necesaria «como el pan de cada día, / como el aire que exigimos trece veces por minuto».
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