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ROSA BERBEL escribe sobre CARLOS CATENA

La vocación de los niños perdidos: cosas que he pensado leyendo ‘Los días hábiles’

Rosa Berbel
Rosa Berbel
Jul 1 · 3 min read
Llega un momento en nuestra vida (personal, académica y/o profesional) en que la clásica pregunta “¿qué quieres ser de mayor?” se convierte en un motivo de pánico. Más allá de circunstancias individuales, este interrogante parece al mismo tiempo definirnos y martirizarnos colectivamente. La precariedad (o mejor, la precarización) nos ha trasladado a una especie de Isla de Nunca Jamás en la que, en vez de matar las horas jugando o descubriendo, como los personajillos de Peter Pan, las pasamos sometidos al desengaño, la competitividad o la autoexplotación. Igual que esos niños perdidos, ubicados en un tiempo paralelo y mitológico, la realidad ha hecho del “ser mayor” una expectativa permanente, una idea que solo puede conjugarse en futuro.
La odiosa pregunta demanda de nosotros una respuesta doble. En primer lugar, no sabemos lo que queremos ser de mayores porque los ritmos del “ser mayor” nos parecen tan inalcanzables como ajenos (casa propia, hijos, trabajo estable). Pero esta distancia con respecto a la imagen del ‘yo-adulto’ no solo se articula a través del rechazo (mucho se ha hablado y mal de las no-mo, por ejemplo, en los últimos años), sino también y sobre todo, a través de la frustración.
La otra respuesta, la que Carlos Catena vehicula con preeminencia en su libro, es que no queremos, simplemente, ser nada. La ocupación laboral no es un ejercicio volitivo. No queremos trabajar porque el trabajo nos aliena y nos hace infelices, porque los días hábiles tienen unidad de estilo y de sufrimiento, y porque el capitalismo castiga y reprime nuestra dignidad. No hemos venido a este mundo para hacer nada, no estamos predestinados para un trabajo concreto: somos mucho más de lo que producimos.
Ambas salidas tienen que ver, curiosamente, con una negación del saber y con una negación del querer. Ante esto, como se plantea en Los días hábiles, quizá debiéramos encontrar otras formas de vocación no productivas, formas afirmativas, deseadas, de ocupar los espacios y los tiempos.
“mi vocación es la espera
quiero esperar ocho horas al día
a que en silencio regrese a casa
quiero esperar aviones trenes autobuses
y decir en un coche compartido
vivo de esperar su regreso”
El afecto, el arte o la familia son conceptos que existen al margen (y en el margen) de los días hábiles. A este propósito, el amor y la sexualidad se conciben también como instancias fronterizas, limítrofes, que desafían las lógicas patriarcales, capitalistas y heterosexuales. Lo que realmente posee de generacional este libro (adjetivo cuestionable, por reduccionista), tiene que ver ante todo con lo afectivo, con nuevas formas de querer y desear que consigan esquivar lo hábil, a saber, lo normalizado, lo institucionalizado, lo mercantilizado.
Pero, ¿acaso tenían vocación nuestras abuelas, que trabajaban sin descanso los 7 días de la semana, en el campo y en la casa, sin reconocimiento ni salario? ¿Cómo y qué deseaban ellas? ¿Quiénes son, por tanto, aquellos que pueden permitirse enarbolar la vocación? ¿Qué trabajos desempeñan? ¿A qué intereses sirven?
La imagen de la abuela trasciende lo privado, extendiéndose al plano de lo simbólico: la abuela, enmarcada aquí en el paisaje mental de Jaén con jornaleros al sol, vírgenes y casas blancas, sirve como momento de reconocimiento de la patria. Pero lejos de ser una patria sustentada en la violencia política de la certidumbre, nuestra casa es el lugar de reunión de los emigrados, de los precarios, de los que habitan sus cuerpos desde la disidencia, en fin, de los niños perdidos.
“agradecido al progreso y a la ciencia
y consciente de que ningún tiempo pasado fue mejor
idealizo la edad clásica como un lugar
donde todo lo que hoy me hace infeliz
aún no existía”
Uno de los puntos más fuertes de Los días hábiles es la forma en que se desvincula poéticamente de versiones parciales y aisladas de lo político: no es sólo una reflexión sobre la clase, ni sobre el lenguaje, ni sobre el género o la sexualidad, ni funciona únicamente como elegía a las abuelas de la guerra, sino que se construye como visión compleja, sistemática e inteligente sobre la realidad. En nuestro contexto, todo lo que finalmente enlaza unas problemáticas con otras, lo que nos hace infelices, deriva de esa unión violenta de patriarcado y capitalismo y de lo que ella hace sobre nuestros cuerpos y nuestros ritmos.
Esta es nuestra lucha, nuestra vocación: tumbarla.

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