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Galán Castro, FICCIONES FAMILIARES, A. Jiménez Millán



Invención y ‘collage’

ANTONIO JIMÉNEZ MILLÁN  |  MERCURIO 210 · POESÍA - ABRIL 2019


Álvaro Galán.
Ficciones familiaresÁlvaro Galán Castro Hiperión
88 páginas | 10 euros
Con Ficciones familiares, que obtuvo el premio Ricardo Molina, cierra Álvaro Galán Castro un ciclo de aprendizaje que se inició en 2001 con una beca a jóvenes creadores que concedía el Ayuntamiento de Málaga; en ese ciclo se sitúan títulos como Ordo amoris (2013) y Los frutos de la herida (2017). Dividido en cuatro apartados, Ficciones familiares supone un relativo cambio de orientación en la trayectoria del poeta. Sin perder en ningún momento el sentido de la exactitud y la riqueza léxica que caracterizan los libros anteriores, estos poemas asumen el carácter ficticio de la escritura como glorieux mensonge —así lo expresa Mallarmé en una de las citas iniciales— y, al mismo tiempo, logran un equilibrio entre la brillantez de las imágenes y aquella dignidad de las palabras corrientes que defendía S. T. Coleridge.
Ya en la primera sección, “Casa vacía”, la soledad de unas habitaciones se compensa con referencias culturales, desde las filosofías de Extremo Oriente hasta la música de Boccherini. También cuenta mucho el recuerdo de ciudades como París (“Jardin des Plantes”) o el Madrid de 2007 (“La ciudad era un bosque de palabras / que trepaban los muros / recubiertos / de yedra sibilina”); se recuperan también imágenes de la infancia y aparece la meditación de signo barroco en un poema dedicado al miércoles de ceniza, motivo que ya estaba presente en Los frutos de la herida. El apartado “Calendas griegas” reúne cinco poemas en prosa donde se impone la observación detenida, como si una cámara recorriera lentamente los escenarios: la sensualidad, la indolencia y, por primera vez, la ironía se ajustan bien a otra forma de medir el “tiempo vacío” o el “asombro del instante”.
“Passage de los fantasmas familiares”, la tercera sección, se orienta, desde la alusión a la obra inacabada de Walter Benjamin sobre los pasajes parisinos, hacia la lectura de ciertos emblemas literarios o pictóricos. Se nota ahora la presencia de las grandes elegías románticas, de Keats y Shelley, citados junto a Byron en la secuencia “Tres duelos por John Keats”: dentro de ella, “Golfo de los poetas” incorpora también a Virgilio, Dante, Pavese y M. Duras, y el collage de citas se amplía en “Carta a John” y “Jardín inglés en Roma”. La vida difícil de Caravaggio, los amores de Baudelaire, la muerte del poeta chino Li Bai —con guiño incluido a Ezra Pound— y un recuerdo de adolescencia completan este apartado que oscila entre la fascinación culturalista y el lenguaje coloquial, que se intensifica conforme avanza el libro. El cuarto y último apartado, “Salón de los espejos”, da paso a la memoria personal y a la experiencia del presente. La perspectiva irónica cobra mayor protagonismo en otra secuencia, “Desencuentro”, una historia de amor frustrado, en “Herejía sobre un tema japonés” (de nuevo el zen y la poesía oriental) y en “La herida”, poema que cierra el libro. Se advierte la cercanía de lo vivido, pero en ningún momento se prescinde de los componentes culturales. Las confidencias a una amiga, el recuento autobiográfico o las consideraciones sobre el límite borroso entre locura y cordura (“Asomado a la tapia del sanatorio”) confirman el carácter reflexivo de Ficciones familiares. Al final, y en consonancia con su libro, se cierran las heridas de episodios vitales adversos, aunque permanezca una (bella) cicatriz: “Hurgué tanto en la herida / que me dio para un libro laureado. / Y, aunque no llegué al fondo, con el tiempo, / pude ver desde el borde que en el fondo no había nada, / ni siquiera un abismo. / Y era hermoso y tranquilo su vacío. / Acabó por cerrarse / y ha dejado una bella cicatriz (…) / En resumen, estoy mejor que nunca”. No puede haber mejor final que este.                             A. J. M.

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