Lo confieso: a estas alturas de mi edad, a punto de cumplir 60 (qué mareo), desconfío de las unanimidades y hasta de los descubrimientos. Es verdad que cuando quienes opinan son personas con criterio, gente a la que respetas y admiras, las cosas suelen suceder de otra manera. Con todo, tampoco coincides siempre con ellas y con sus gustos. Podría poner un ejemplo reciente, de un libro que acapara entusiasmos (no el de Echevarría), que está en todas las listas (si no el primero, el segundo), pero que uno ni siquiera se atreve a abrir. No digamos si, para colmo, se trata de una ópera prima y su autora tiene cuatro años menos que tu hijo pequeño. De pronto piensas: Arthur Rimbaud, Claudio Rodríguez... ¡Uf!
Que Fernando Aramburu le dedicara un artículo en El Mundo a toda página, en su sección "Entre coche y andén", fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia lectora. Antes, claro, su editor, Jesús Munárriz, de Hiperión, ya había tenido el acierto y la delicadeza de enviarme Las niñas siempre dicen la verdad, de Rosa Berbel (Estepa, 1997), estudiante en Granada, la muchacha de la que hablo. Me resistí, no obstante. El título... Lo suficiente para no poder votar la obra en mi lista de los mejores de El Cultural (lo que sí hizo Irazoki). Pero ayer, día 2 de enero, cumpleaños de mi hermano Jesús, me fui a la Hospedería de Hervás a pasar la mañana y metí en la mochilina ese libro. Iba con otros que volvieron tan cerrados como se fueron. Creo que elegí bien. Era mi segunda lectura de 2019. Antes del concierto vienés de Año Nuevo ya había degustado una obra mayor, Descendimiento, de Ada Salas, tan distinta, por cierto, de la que ahora nos ocupa.
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Que Fernando Aramburu le dedicara un artículo en El Mundo a toda página, en su sección "Entre coche y andén", fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia lectora. Antes, claro, su editor, Jesús Munárriz, de Hiperión, ya había tenido el acierto y la delicadeza de enviarme Las niñas siempre dicen la verdad, de Rosa Berbel (Estepa, 1997), estudiante en Granada, la muchacha de la que hablo. Me resistí, no obstante. El título... Lo suficiente para no poder votar la obra en mi lista de los mejores de El Cultural (lo que sí hizo Irazoki). Pero ayer, día 2 de enero, cumpleaños de mi hermano Jesús, me fui a la Hospedería de Hervás a pasar la mañana y metí en la mochilina ese libro. Iba con otros que volvieron tan cerrados como se fueron. Creo que elegí bien. Era mi segunda lectura de 2019. Antes del concierto vienés de Año Nuevo ya había degustado una obra mayor, Descendimiento, de Ada Salas, tan distinta, por cierto, de la que ahora nos ocupa.
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