Jorge Villalobos (Málaga, 1995) se ha llevado al agua el Hiperión con su segundo libro: el conturbador friso familiar titulado El desgarro. Siguiendo un modelo expresivo cercano al de Canal, de Javier Fernández (al que alude la cita inicial del volumen), las composiciones funcionan como fotogramas en super-8 o polaroids de un álbum inconcluso. Más allá del recuento de una biografía marcada por la cicatriz de la enfermedad, la conquista de Villalobos reside en una indagación metaliteraria que se aproxima al territorio limítrofe de la autoficción: “Debe de ser duro / escribir un libro así. Pero, si se publica / alguna vez, ¿estás preparado para / que los demás lo lean?”. Valga la pregunta para todo aquel poeta (joven o no) que se arriesgue a afrontar el implacable veredicto de los lectores.
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