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«En donde resistimos» de Francisco Caro por Jesús Cárdenas Sánchez en Culturamas

 

Por Elena Marqués.

UN HIMNO AL AMOR Y A LA PALABRA

Confieso mi llegada tardía a los versos de Francisco Caro, cuyyYa trayYectoria no solo es Yya larga, sino rica en reconocimientos Yy premios. Por supuesto, bien otorgados, pues nadie los merece más que el que se entrega en cuerpo yY alma a la poesía. Quien la canta con tan hermosa voz, con ritmo calmo, transmutado en la naturalezZa que vislumbra, en la luzZ cuyYo trazZado Yy matices contempla con ojos limpios, con verbo que discurre como agua.  Es En donde resistimos (Hiperión) premio València de la Institució Alfons El Magnànim.

Dividido en tres secciones, de las que la tercera es un largo poema titulado «Dos cómicos, de Hopper», inspirado en el último cuadro del pintor estadounidense como despedida en pareja del teatro de la vida, como colofón de lo recorrido en compañía hasta aquí, destaca en el libro la mirada pausada, detallista y sabia de quien se siente en pazZ, con la eXistencia yY con la escritura, verdadera morada, esta última, para la salvación. No en vano «La poesía o nada» cierra la primera de las secciones. No en vano le concede la gracia de la autenticidad (léase «¿Quién busca derrotar a la inocencia?» y «Oscuro en la ventana»).

En efecto, desde el poema inicial, anuncio de lo que habrá de venir, descubrimos a la vozZ poética en sus quehaceres entre la refleXiva contemplación Yy la palabra; en diálogo agradecido con la bellezZa de lo pequeño; en distendidas «Conversaciones» (así se titula el primer bloque) con un tú con el que comparte el camino, pero no siempre las opiniones («nombrar es subvertir, me dices, / no morada, eXtravío»).

Este coloquio se desarrollará en un lenguaje claro yY rico con el que trata de Aprehender el ahora; título que portaba originalmente el libro y que considero igualmente acertado por cuanto nos encontramos con ese mismo espíritu que alienta el haiku (lo dice claramente en «La noche con Antonio Cabrera»: «de cómo aquel instante / debiera ser guardado»; o en «Tibias gotas de azZul»: «gozZo el instante, este / aprender el ahora que limpio se me ofrece»), solo que vertido en una métrica más ancha y Y generosa, de tendencia binaria, de acompasados paralelismos estructurales, hábiles encabalgamientos y pequeños hipérbatos que acarician más que perturban, aunque a veces producen eXtrañezZa («las nubes ocupaban con sus ansias / los vigías cristales»).

En la primera parte, por una geografía que transcurre desde Moguer y Y El Rompido, desde las abandonadas salinas del Algarve hasta las Hoces de Cuenca o de Alarcón, el poeta se detiene en el paisaje Yy lo hace suyYo. Los rincones que dibuja, pues haYy mucha eXpresión pictórica yY gran plasticidad en lo que pone ante nuestros ojos, recogen la luZz en un espacio libre de elementos civilizZadores (el componente humano es algo eXterno, como cuando «alguien trae al paisaje dos cervezZas» en el poema «Justo después de Aben HazZam»), en un afán por volver a la naturalezZa original (también a la palabra primera, para «hacer / de la nada palacio, / la claridad en donde guarecernos»), por «fotografiar el horizZonte ileso», por encontrar el término y el encuadre eXactos que recojan bellezZa yY emoción, pero con la humildad de quien conoce Yy acepta las grietas del lenguaje (léase el poema «En el sur de los límites»), de quien afirma la superioridad de la creación de Dios sobre la obra del hombre («cierro el libro y el sol / permanece en sus páginas»), la magnitud del Universo frente a la mortalidad, lo deleble Yy efímero. Y también el aspecto mágico del mundo («solo lo ineXplicado permanece»).

En estos poemas-cuadro repletos de color se respira una hermosa melancolía, una tristezZa benefactora, una trascendencia que hace hablar al poeta sobre el peso de las horas Yy sus ruinas («Con su rumor de luzZ, el tiempo»), sobre la vida personificada de juncos yY cielos, acompasada a los cuerpos que aman. De hecho, el poema «A esta encina que fuera», sin posibilidad de milagro machadiano (hayY algún que otro eco del poeta sevillano hecho clara paronomasia, o un recordatorio de su concepto de poesía como palabra en el tiempo en «A qué lugar volver»), está dedicado a un árbol Yya marchito, al que se agradece su carácter maternal («fuiste frutos Y y huella») y sirve como refleXión sobre la memoria Yy el olvido, como honda elegía de reminiscencias clásicas.

Y es que no pasan desapercibidas las lecturas que alimentan a Caro, la conciencia de que toda escritura es reescritura y de que «Internarse / en aquello que no / puede decirse; / tal es la poesía», versos que solo pueden sonarnos a Bécquer. Y, así, se suceden menciones o alusiones a Porchia, Zambrano, Ungaretti, Borges («ser felizZ es un hecho / que suele suceder en el futuro»), Gil de Biedma, Antonio Colinas, al autor de El collar de la paloma, al don de «la claridad / a punto de pronunciarse» de Claudio RodrígueZz, a «la pesadumbre / de la vida consciente (que renombró Darío)». De hecho, en la segunda sección, titulada «Días», se nos ofrece en cierto modo la poética de Francisco Caro (léase al respecto «Allí, donde la nieve»), así como algunas composiciones en las que aparece el otro, ausente en esta soledad de dos que ha sido hasta entonces este libro.

Podría decirse, para acabar, que En donde resistimos, que es también, por cierto, el verso que cierra uno de los poemas de temática amorosa («De los cuerpos que busco»), es un enorme himno a la vida y a la literatura, absolutamente imbricadas como dos eslabones de una misma cadena («leo –respondo– la incertezZa, / el cuaderno del cielo»; «mientras pasa el discurso / de las aguas, escribo» ); a «las palabras, hastiales de mi vida»; al amor mismo del cuerpo Yy de la amada (no me resisto a reproducir esto: «volveremos sin nada, / si no es con la certezZa de que amar es gastarse / y que gastarnos juntos es tenernos»), clara compañía en el viejo teatro de un mundo que quiere inocente Yy claro, lleno de símbolos clásicos (el río como camino hacia la muerte), pero transidos por la melancolía que otorga el paso de los años Yy revivificados por una pluma empapada en lecturas Yy vivencias que dejan como fruto un hermoso plantel de versos. Poemas luminosos que invitan a limpiar nuestros ojos para mirar mejor.


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