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Oración en el huerto de Gallego Benot por Mario Álvarez Porro en Culturamas

Oración en el huerto: una nueva disposición sentimental ante el orar

Mario Álvarez Porro.

Como bien se nos enseña en el Catecismo “la oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”(San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]).

Juan Gallego Benot (Sevilla, 1997), graduado en Literatura inglesa y Relaciones internacionales, corrector y lector editorial, acierta en Oración en el huerto (Hiperión, 2020), II Premio de Poesía Joven “Tino Barriuso”, a elevar la poesía a la consideración de oración, don divino gratuito y vía directa de comunicación con la divinidad o con lo poco de divino que queda en nosotros. Todo ello, con la finalidad de ofrecernos una nueva disposición sentimental del individuo ante la experiencia amorosa a través de una vuelta a lo divino por medio de un verso libre que va acomodándose según el tono y el contenido de cada composición.

El libro desde su título hace honor a una constante en la tradición literaria española, la poesía a lo divino, dando un tratamiento propio de una pasión espiritual a una pasión terrenal. Con el título de Oración en el huerto se hace ya una referencia directa a la plegaria de nuestro Señor antes de la pasión y a su aceptación de la voluntad divina, algo que también aparecerá perfectamente reflejado en los poemas cuando la voz poética someta su voluntad a la de ese amor material sublimado en ellos.

La dispositio adoptada es la de un singular itinerario, a imitación de la literatura espiritual, conformado por vías o etapas, de ahí la enumeración de los poemas ya que son sucesión de un mismo movimiento, con la diferencia de que aquí la voz poética busca la aceptación y redención a través de una pasión muy humana que permanecerá a la espera de una unión más plena.

A modo de exordio, nos encontramos en primer lugar con un poema introductorio titulado PLURALIDAD DEL NOMBRE con reminiscencias de San Juan de la Cruz: “Yo he podido recorrer / por ti todos los campos, / todas las amplias nubes fronterizas, / la mar hastiada de molicie, / el llano fierro inoportuno” (I).  En él se canta a un amor buscado, todavía ideal y anónimo, que podría ser cualquiera llenando el cauce de otro río, de otra vida.

A continuación, asistimos en CELEBRACIÓN al reconocimiento de una realidad o condición particular que es como una noche oscura que, sin embargo, se anhela: “Prefiero esta noche larga de mi espera”. Porque como bien dice: “No aspiro al mar: / tu líquido alimento me conmueve. // Tu labio mojado por el búcaro / me es bastante”. Y es que la esperanza de un amor más humano y carnal está explicitado perfectamente: “Tengo mi vid sembrada en tus laderas”. Y es por ello que: “Sabré dolerme, amor, podré aguardar / al fruto que madura en el verano” (II), porque “Quiero celebrar contigo esta hora”, “la urgencia del deseo” (VI), y así guardar en su conciencia al “amado muchacho, caña dulce en este fruto” (VII). Mientras tanto, esta larga espera estará dominada por la impaciencia ya que: “No sé cuánto durará / tu rápido silencio, / o tu dulzor desprevenido”; sin embargo, “los recibo como un óleo, / o cinta o vino sacro, / lo alzo ante los vivos, / lo celebro” (X), concluyendo con la aceptación rebelde y la declaración pública de esa carnalidad amorosa tan diferente a lo generalmente aceptado, trayéndonos por su tono a la memoria aquel verso de José Ángel Valente: “y aunque sea ceniza lo proclamo”.

Será por ello que en «Dubitatio (dos instantes)»: Y ESTARÉ CANSADO ALGUNOS DÍAS se nos dice expresamente: “He calmado a todos por tenerte” (XVI). La voz poética parece haber tenido que apaciguar a su entorno a raíz de su liberación.

Posteriormente, en TRES POEMAS A NUESTROS HIJOS participamos de un sentimiento de culpa de raíces lorquianas marcado por la incapacidad de engendrar vida con el que la voz poética se atormenta: “y yo he venido a robar el orden de estos campos, / he venido a desterrar a los hijos de tus hijos / con mi infértil deseo”, pues “estoy lleno de ti y no doy nada” (XVI), “si pudiera darte un hijo / con tus ojos y tus manos”, “será un milagro un ruiseñor tranquilo” (XVII).

No obstante, en INTERLUDIO: EL DESLIZ DEL NOMBRE asistimos por fin al tan ansiado encuentro amoroso, pues, como se nos indica, se comete el desliz de traspasar la frontera de los nombres. Se inicia con el símbolo del jardín, lugar de encuentro de los enamorados, adonde “aún no sé cómo llegué a este lugar” y donde “las sábanas más finas, / las ventanas amplias, la luz que no conoce más rincón / que el de los cuerpos”, devolviéndole de nuevo la juventud y el deseo al yo poético (XIX).

A pesar de ello, la desazón no abandona a la voz poética, ya que, como comprobamos en DOXOLOGÍA MAYOR, en el cristianismo es la alabanza a Dios, ésta se cuestiona su utilidad a su amor poniendo así de relieve un tópico de la literatura espiritual, la del siervo inútil: “¿Recibiré, yo también, / el llanto inmaculado / de este sitio?” (XX), “porque no entiendo / qué de válido en mí sirva / a tu artificio” (XXV). Con todo, a pesar de la presumible ausencia de tan querido amor: “estoy hablando contigo / entre los árboles. / Tu voz es el recuerdo” (XXIX) y “no tengo prisa ninguna”; se le esperará en un lugar pequeño donde no faltan la cerveza y un cocido, representaciones del pan y el vino pero con un tono de humildad mundana con el que celebrar de nuevo el encuentro, en una especie de comunión profana, porque “no se sabe nunca / si llegará la visita” (XXX).

Para acabar este itinerario nos encontramos ante un EPÍLOGO con ecos juanramonianos, “Ahora que conozco el mar y todo”, para quien el Amor era fuente de toda belleza, conocimiento y eternidad, y a la que el yo poético aspira: “Yo quiero alcanzar la cristalina fuente, / el verde pasto prometido”; en un verdadero anhelo de una unión amorosa más perfecta y duradera: “Cuando me liberes de mí, en ese instante, / al desnudarlo todo, al provocar / el grito intransferible, / ¿qué hará mi amor?¿Sabrá ascender / por la temida escala hasta mi olvido?”

Juan Gallego Benot viste su poesía con un léxico muy cuidado donde domina una sustantivación abstracta o simbólica que entronca tanto con la tradición culta como con la tradición popular, enriqueciéndolas sutilmente con multitud de matices por medio de una profusa adjetivación. Destaquemos en este punto la importancia radical del vocativo amor, repetido de forma recurrente a lo largo del libro, siempre en minúsculas, confiriéndole una cercanía y una corporeidad a ese ideal amoroso tan deseado que prevalece en todo el conjunto poético.

Encontramos entre sus referentes explícitos desde los Textos Sagrados, pasando por Pablo García Baena, Walt Whitman, Fernando Pessoa, Ángelo Nestore, Javier García Cellino, Rafael Guillén y Manuel Altolaguirre. Sin embargo, son muy significativas las voces que se intuyen resonando en cada verso, como son las de San Juan de la Cruz, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Luis Cernuda o José Ángel Valente entre otras, y que son verdadero mar de fondo.

En Oración en el huerto, por tanto, recorremos un truncado camino de perfección, ya que si bien hay lugar en él para un primer momento de purgación y otro posterior de iluminación, también
viene caracterizado a su término por la carencia de una unión más plena y perfecta, motivación última para esta poesía, para esta oración que busca tanto el autodescubrimiento como la realización personal a través de las emociones y afectos más íntimos, confirmando a su fin la primacía de toda experiencia psíquica en la concepción y concreción del poema.

Nos encontramos ante una lírica de las emociones de gran originalidad, una apuesta arriesgada por ese neoerotismo ligado al desarrollo y el progreso emocional de nuestra sociedad, pues supone abordar una pasión amorosa profana desde una perspectiva homoerótica revestida de una tradición culta como es la literatura espiritual en la que la poesía cobra dignidad de oración. He aquí la poesía como oración de nuestro estado de ánimo.

 

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