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Ángel Guache: ganas de pelea, juglaría y cordura
EL IMPARCIAL, viernes 22 de noviembre de 2019, 20:05h
No se me
ocurre aventura mayor, desde márgenes y disidencia, que la obra poética
de Ángel Guache cuyo últimos diamantes duros están en la calle sin pasar
frío (libro y disco): Cantos para ballet bufo (Hiperión) y Ballet volcánico (Guache
& Marcelo Pull). Guache es aparición por boca de Metro o bajada de
taxi, Guache es barba hasta el ombligo y abrigo con sueño de chalina o
levita, Guache es prestidigitación de la luna y juego, humor,
convulsión, mántica. Algunos sabios de la tribu no han podido ser más
certeros: “Notable postsimbolista, representa la voz del humor de la
nueva poesía española” (Bonet), “Poesía arrebatada, funámbula y
eléctrica, jocunda y erizada de pasión” (Prieto de Paula), “En el trono
de la poesía humorística española de finales del siglo XX se sienta por
méritos propios el divertidísimo Ángel Guache” (Luis Alberto de Cuenca).
Las coordenadas del campo magnético son claras: postsimbolismo,
neopopularismo, humorismo festivo, psicodelia, misticismo urbano, pero
también otra línea arde.
Cantos de para ballet bufo es la más completa antología de
Ángel Guache (pintor y poeta) hasta la fecha. En su frontispicio ofrece
la temperatura exacta de la hoguera: “Los poemas de este libro están
escritos para ser leídos como monólogos, en voz alta, o entre el canto y
el recitado, de una forma enloquecida, por un actor o cantante
tragicómico”. Mi línea es que Guache parte de un surrealismo para sí
mismo, en los primeros años con mucho de mester de clerecía o poesía
social y, andando el tiempo, puro mester de juglaría, artefacto e
intimidad salvaje como otra forma de cordura y honestidad brutal ante un
mundo despiadado y consumista. Poemas donde el alma se compra en un
bazar de los chinos, pastores de nubes, ranas marinas, alunados y
alucinados, bohemios o locos que viven en árboles y coleccionan
estrellas por medio de la lengua, espiritistas de la legaña, murciélagos
rotos, siempre esperanza y jamás espera en ríos que empiezan con el
ahogado en los primeros versos y sin quejarse o pedir dinero: “Morirse
es carísimo./ La cantidad de buitres/ que hay alrededor/ de la muerte./
Para qué nombrarlos,/ los conocemos todos”. Autorretratos sin piedad con
todos los clavos fuera del ataúd y la sonrisa partida: “Puedo hacerme
el muerto,/ vivir desaparecido,/ arder invisible cuál pálida llama./
Bebo alcoholes de lluvia,/ alarido de hilo de bramante,/ almuerzo los
furores de mis entrañas”.
Ángel Guache vuelve a la entraña del hombre por el hombre, alejado
de tecnología y rapiña, donde el juego es amor, donde el conocimiento es
diversión, donde merece la pena darse y no retenerse, donde el amor se
declara a una morcilla y la bombilla es otro sol para el trabajo: “Soy
el que pone los huevos y no pone pegas./ Soy los claros clarines tocando
a retreta./ Soy el que la mete y no tiene meta”. El exceso en Guache es
escándalo, picardía, ingenio pero mucho más coger al lector por el
cuello en tiempos donde la miseria lleva a prescindir de la letra
impresa por otro mundo donde el Dios Capital maneja a sus esclavos entre
pantallitas fosforescentes: “Soy el que pita con el pito./ Soy el culo
del mundo y estoy iracundo./ Soy la guerra pornoguerra./ Soy la cubana
que baila sin son./ Soy una regadera que quiere regar la era./ Soy el
que toca el ano con el trombón”. El poeta colecciona imágenes, propaga
sustos, canta a la araña o al insecto y siempre escapa de prisión por el
lamento de su flauta, melodía para la risa, hora de la tortuga, cogorza
de Monalisa.
Cantos para ballet bufo es una invitación al amor loco y al
tango del reidor, el amor es máscara o careta, y lo que importa es
comenzar a pensar de otra manera, al revés de los tiempos, donde
atreverse es todo y la nobleza comienza por mostrarse sin impostura ni
dobleces. Quiere para sus letras la dirección exacta de Gastón Bachelard
(“La energía es una estética”) junto a la de Quevedo (“También la
lengua a razonar aprende”). El bosque de la verborrea esconde los
mejores precipicios, siempre hay motivo para la duda y espacio para ser
otro entre los demás, oportunidad en el original ajeno a rebaño: “A
veces soy un pianista manco. / A veces no comprendo la estatura de mi
sombra. / A veces el mundo gira dislocado./ De una pedrada se rompió el
escaparate. / Salieron los maniquíes de paseo”. Estamos ante un poeta
entero de vanguardia francesa, mamífero parlanchín, pesador de tetas y
ubres a domicilio, Popeye en el ejército diezmado por las hambre o las
ofertas, héroe del misterio, velocidad y veleta. Subirse al carrusel de
Ángel Guache en Cantos para ballet bufo es comenzar a creer en
otro mundo posible: su enfermedad de charlestón a la vinagreta cura,
mejora, orienta, ilumina el viento con agua y conduce los pasos a la
suculencia de la deriva donde el cielo absoluto es darse, regalarse, no
venderse. En la guarida del león de sus poemas, en el berrinche del
caniche, en los ojos del burro muerto, encontramos el vértigo del
alimento diario sin una gota de grasa.
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