La publicación de Esto era, significa el quinto poemario de Juan Manuel Rodríguez Tobal. Este zamorano del 62 traza en esta nueva entrega un mapa íntimo de su alma y de su tiempo.
Con una mirada que ahonda en derredor de su presente y un decir de exactos ritmos silábicos, el poeta se sabe destino limitado, huella de un adiós sin fecha. Porque en el acontecer que remueve los hilos de su verbo asoma la verdad vital de un hombre que conoció la esperanza y guardó su alegría en el cromático extravío de sus párpados.
En su primer apartado, “Las piedras”, los versos se derraman por entre los reflejos de quien se sabe sed y ausencia, mar y lágrima. La vida se torna “Piedras siempre sin sueño”./ Piedras de un día”, y remiten al origen y a la finitud del ser humano. Porque aquellas “piedras de otra infancia” son también el súbito pretérito que condujo hacia otro horizonte, hacia otra orilla desde donde no pudo rozarse sino el misterio de una circundante tristeza: “Pero el mar nunca entraba en nuestra casa./ No habíamos nacido para el mar./ Éramos pobres./ Y nuestras noches, cortas”.
Su segunda sección, “Esto era”, remite también a un tiempo y a un espacio guardados bajo la llave de las deshoras, pero que todavía anda prendido entre las uñas del desolvido: “Alguien viene a ofrecerme mi cuerpo/ para que yo descanse (…) Viene con mi sonrisa a recordarme/ que la felicidad/ no fue temperatura de nuestra vida nunca/ y que siempre ha sabido reír nuestra tristeza”.
Desde una semántica que atraviesa la sangre de los ocasos, Rodríguez Tobal indaga entre los nombres que recuerdan la imperfección de los días. Y en ellos se ovilla, y de ellos se vale, como si de una redención sumisa y solidaria se tratase. Porque su cántico es temblor, lenguaje común para todos aquellos que anhelan esquivar la “ingrávida pujanza del fracaso”.
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