La expedición perdida del británico John Franklin al Ártico, la ruta de Siskiyou que despertó la fiebre del oro de California, la demencia de las pacientes del Doctor Charcot del Hospital La Sâlpetrière y las ocho mil personas que fueron confinadas por la lepra a la isla hawaiana de Molokai, conforman la temática de Bajo la luz, el cepo, de Olalla Castro (1979). Desde que en 2012 obtuviera el premio internacional de poesía “Piedra del Molino”, la autora granadina ha editado dos poemarios, al que se suma éste, galardonado con el “Antonio Machado en Baeza”.
Ambientado en los argumentos citados -todos ellos acontecidos en el siglo XIX-, el volumen viene signado por una dicción fluida y de acentuado lirismo narrativo. Las imágenes se suceden envueltas en una sugerente plasticidad, alimentadas por un brillo que renombra los anhelos pretéritos: “Era tan grande aquella sed de blanco./ Ansiábamos el hielo y sus destellos (…) Soñábamos con ir siempre más lejos,/ con ser los primeros en pisar esa nieve”.
Son las mujeres las que ponen aliento a estas páginas que simbolizan la batalla contra un tiempo de injusticia y desamparo sociales, de abusos y desigualdades que latieron en el alma huida de su existencia. Porque el drama de su dolor, de sus historias suspendidas en el aire abarca, en buena medida, su empeño y su fracaso: “Durmamos ahora/ sobre esta blanca miseria que nos une/ pues cuando haya porvenir,/ no habrá descanso”.
El monstruo de la libertad fingida y la obstinación de la mentira revelan también la desolación de aquellas féminas que fueron abandonadas, humilladas y despojadas de su condición humana.
Un libro, sí, de honda reflexión, que golpea la conciencia, que memora la tristura de la historia y de muchos de sus protagonistas: “Soy este dolor que me recuerda/ que entre el deseo y la verdad,/ un cuerpo se interpone (…) Soy la soga-dolor/ que anuda mi cuello a este anuncio de muerte”.
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